Y me refiero, en específico, al responsable principal de esta horrenda acción: Joaquín Villalobos convertido, posteriormente en profesor visitante en una universidad inglesa y miembro de la Fundación estadounidense Dialogo interamericano, vinculada estrechamente a los sectores más reaccionarios de Estados unidos y países aliados.
La historia del acusador infame termina como escudero del imperio. Un Villalobos enaltecido por la prensa de las potencias occidentales, pero que jamás llegará ni siquiera al talón de un hombre como Roque, bajo en estatura, pero, gigante como poeta y rebelde en una conjugación práctica y, estaba convencido que una de las vías fundamentales, posibles de transformar al intelectual en intelectual revolucionario era la acción social.
Una práctica que le daba temor, tan presente junto al miedo y la pérdida de la inocencia en cada uno de sus poemas: “27 años: Es una cosa seria tener veintisiete años, en realidad es una de las cosas más serias. En derredor se mueren los amigos de la infancia ahogada y empieza a dudar uno de su inmortalidad”. Esa praxis social debía hacerse en el seno de la lucha de los pueblos que llevan a cabo su combate por dejar sólo de sobrevivir y llegar a conocer lo que es vivir como un verdadero ser humano. Su paso por Cuba, donde dejó a sus hijos, para dedicarse a la lucha guerrillera le dio la formación necesaria, desde el punto de vista político, literario y de reconocimiento expresado en su Premio Casa de las Américas, La Habana, Cuba, 1969, por su poemario “Taberna y Otros Lugares”.
Este libro de poemas es la expresión de lo que fue Roque Dalton, un insurrecto permanente, un visionario, un hombre dotado de gran sutileza, un ser humano comprometido con las causas justas d ellos pueblos. Un antiimperialista. En plena efervescencia pre- Primavera de Praga en el año 1968, Roque Dalton solía visitar las viejas tabernas del centro de la capital de la ex Checoslovaquia. Esto, después de su trabajo en la Revista Internacional, que reunía la crema y nata de los ideólogos comunistas de ese entonces. En esas visitas Roque, armado de una vieja máquina grabadora se deleitaba escuchando las conversaciones de estudiantes, obreros y soldados.
De ese trabajo salió Taberna y Otros Lugares, pero también el convencimiento que el socialismo, en aquellos grises países de Europa del Este no eran el modelo natural de esa visión de mundo que, tarde o temprano, reventaría por sus propias contradicciones, y que Latinoamérica no debía trasladar mecánicamente las experiencias políticas allende el Atlántico. La realidad de esta parte del mundo tenía que llevar a cabo su propio camino.
El Gran Habitante del Pequeño Pulgarcito
Uno de sus hijos, Juan José Dalton, lo describe como un tipo genial, poseedor de sentido del humor inigualable, un hombre que sabía esconder las tristezas bajo una permanente sonrisa y con una decisión inquebrantable. Así, cuenta Juan José: “En la Habana teníamos un vecino que se llamaba Fernando Martínez, era un experto en marxismo-leninismo. Como en su casa se había roto el refrigerador, mi papá le guardaba la carne y el pollo a cambio de clases de materialismo. Cuenta Fernando que, en una de esas calurosas tardes de 1972, había salido a la verja de su casa. Bajando por la calle J, del Vedado (donde aún está nuestra casa en La Habana), venía rodando mi padre. El poste de la esquina lo detuvo. Fernando se le acercó. “¿Roque, que te pasa chico? Mira como vienes…” “No voy a seguir bebiendo Fernando, porque si no, no voy a poder ser guerrillero”, le contestó a modo de autocrítica. “Efectivamente, nunca más lo volví a ver tomado… Fue la última vez. Nunca creí que esa era la despedida”, me contó aquel cubano”. Era efectivamente la última vez, pues su próximo paso era integrarse a las fuerzas guerrilleras salvadoreñas.
Roque era también un escritor del más íntimo lirismo, capaz de expresar los dolores que llegaban del testimonio práctico de las heridas de su pequeño pulgarcito, como una vez definió la poetisa chilena Gabriela Mistral al país centroamericano. Sus letras venían del pueblo, de la herida vallejiana que carcomía la vida de ese Salvador suplicante de ser salvado. Un poeta que legó la policromía de su estilo, la riqueza y vivacidad de su prosa refulgente y dinámica, la belleza de sus ideas y lenguaje.
Roque nos dejó un arma defensiva a la cual recurrir, cuando los significados y significantes nos amenazan con evadir sus responsabilidades. Sus escritos no marcharon nunca al margen de la hoy tan vilipendiada lucha de clases, pero, esa contradicción vital era transmitida en forma tan sugerente y pedagógica, tan finamente irónica y genial, que podía enseñar más con el corazón que con manuales.
Roque, a su manera, mostró el escalón más alto del ser humano, para llegar a tener los derechos nunca alcanzados de su pueblo: “El escritor y el artista latinoamericano promedio, lucha en distintos niveles contra el régimen que lo discrimina, lo humilla y lo persigue; y más, que el poeta y el escritor, es el subversivo, el perseguido, el preso, el torturado. Y comienza a ser el asesinado junto a miles de su pueblo, y el que combate con las armas en la mano, en consecuencia, los nombres de Javier Heraud, Edgardo Tello, Otto René Castillo encabezan la lista…”
“Su pequeña amada patria” era un tema constante en sus letras. Mezclaba en ello la rabia y la ternura, el amor y el odio más profundo. Mientras su madurez biológica avanzaba inexorable, su florecimiento intelectual, nutrido en tierras latinoamericanas y europeas, desbordaba los cauces poéticos conocidos hasta la época. Su amor por ese pedazo de tierra de 21 000 kilómetros cuadrados no tenía los límites señalados en mapas y acuerdos políticos, pero se había transformado, con el paso de los años y el exilio, en un dolor que laceraba todo su ser…”
Roque estaba convencido, que la libertad de su diminuta tierra era parte de la construcción de múltiples patrias dispersas por la mestiza Latinoamérica. La edificación de un verdadero Nuevo Mundo, con hombres nuevos era considerada por Roque Dalton como un camino plagado de dificultades, una senda difícil, dura y terrible, que necesitaba de inéditos y más penetrantes dolores para lograr erradicar su enajenación: “Necesitas bofetones, electro-Shocks, Psicoanálisis, para que despertés a tu verdadera personalidad… habrá que meterte a la cama, a pan de dinamita y agua, lavativas de cóctel molotov cada quince minutos, y luego nos iremos a la guerra de verdad, todos juntos, novia encarnizada, mamá que parás el pelo”.
Ser Fuerte sin perder la Ternura
Roque fue también periodista, que desuella, enseña y no hace de la lisonja el pan de cada día. Se alejó y burló del dogmatismo: opio del deseo y práctica de cambios. Los esquemas incuestionables, hayan sido políticos o literarios no eran su alimento. No existía disyuntiva entre su creación artística y la política, entre versos y reforma agraria, entre ensayos literarios y prácticas guerreras ¿Su máxima? La duda, siempre la duda en lugar del dogma que adormece. La crítica que construye en lugar del acatamiento incondicional. El aprendizaje de esto fue un proceso doloroso:
“Mi actitud ante el contenido ideológico y la trascendencia social de la obra poética está determinada fundamentalmente por dos hechos extremos: el de mi larga y profunda formación burguesa y el de la militancia revolucionaria que mantengo desde algunos años. La práctica en las filas del partido ha organizado mi preocupación de siempre por los problemas de la gente que me rodea, del pueblo, en último grado y ha ubicado con exactitud ante mi atención, las responsabilidades fundamentales a las cuales deberse, así como a la forma concreta de realizar esos deberes a lo largo de la vida. Pero los largos años en el Colegio Jesuita, el desarrollo de mi primera juventud en el seno de la chata burguesía salvadoreña, el apegamiento a formas de vida irresponsables, alejadas con santo horror del sacrificio o de los problemas esenciales de la época, han dejado en mí sus marcas, las cicatrices que aún ahora duelen”.
Estas palabras escritas en su Ensayo “Poesía y Militancia en América Latina” son ese ejemplo de autocrítica que animaba a Roque Dalton y que resumen esa vida plagada de contradicciones, pero siempre honesta. El destino con la revolución marcó su existencia, era un indiscutible compromiso de pareja. En un mundo como el que se nos presenta en este nuevo milenio requiere de nuevos honores, de nuevas formas de enfocar los cambios necesarios para los pueblos subdesarrollados, pero igualmente se necesita de un conciencia de revolucionarios, de poetas como Roque que si la muerte no lo tuviese en su seno, seguiría convocando a esta generación de móviles y globalización en la necesidad de ser revolucionarios hoy, en la época dura, la única que da posibilidades de ser sujeto de epopeyas: “Ser revolucionario cuando la revolución ha eliminado a sus enemigos y se ha consolidado en todos los sentidos puede ser, sin lugar a dudas, más o menos glorioso y heroico. Pero serlo, cuando la calidad de revolucionario se suele premiar con la muerte es lo verdaderamente digno de la poesía. El poeta entonces la poesía de su generación y la entrega a la historia”.
Roque Dalton García entregó su poesía a toda una generación de latinoamericanos que, a 50 años de su asesinato, tan brutal como absurda a manos de un grupo de dogmáticos que jamás conocieron al verdadero Roque, camuflado bajo el nombre de Julio Delfus Marín en las montañas de Morazán. Quienes lo asesinaron jamás le perdonaron su humor, su desparpajo ante las más insólitas situaciones, su imaginación llena de optimismo por el mejoramiento humano. Quienes lo asesinaron lo acusaron de aquello que jamás tuvo un dejo de verdad, lo asesinaron enceguecidos en su ortodoxia, en su abominación como seres humanos, en su desprecio por lo diversos, por lo que sobresale sobre lo gris.
El poeta Nicaragüense Julio Valle al saber sobre la muerte de su amigo dijo a su hijo Juan José “Mirá hermano, quienes mataron a Roque no tenían humor” una ingeniosidad tan permanente y vital que hizo exclamar a Eduardo Galeano que Roque era capaz de hacer reír hasta las piedras. Capaz de sacar sonrisas, pero recordarnos sobre el sufrimiento de sus hermanos en el Poema de Amor:
“Los que ampliaron el Canal de Panamá (y fueron clasificados como “silver roll” y no como “gold roll”) los que repararon la flota del pacífico en las bases de California, los que se pudrieron en las cárceles de Guatemala, México, Honduras, Nicaragua, por ladrones, contrabandistas, por estafadores, por hambrientos… los sembradores de maíz en plena selva extranjera, los reyes de las páginas rojas, los que nunca sabe nadie de dónde son, los mejores artesanos del mundo, los que fueron cosidos a balazos al cruzar la frontera, los que murieron de paludismo o de las picadas del escorpión o de la barba amarilla en el infierno de la bananeras, los que lloraron borrachos por el himno nacional, los arrimados, los mendigos, los marihuaneros, los guanacos hijos de la gran puta… los eternos indocumentados, los hacelotodo, los vendelotodo, los comelotodo, los primeros en sacar el cuchillo, los tristes más tristes del mundo, mis compatriotas, mis hermanos”.
Roque Dalton murió, y ahora, que El Salvador luego de muchos años de guerra civil comenzó a consolidar un derrotero que lo llevó a gobiernos democratacristianos, gobiernos del Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) hasta desembocar en un régimen autocrático, que ha basado su actuar en la intensificación del control de la seguridad como elemento aglutinante y sostén de sus políticas autoritarias. Nayib Bukele y su gobierno es parte de esa senda de populismo alejado de los sueños de Roque.
En este momento de pesadumbre se hace imperativo recordar a aquellos, que regaron con su fresquísima sangre el camino que hoy transitan otros seres humanos. Él murió, pero está encarnado en muchas vidas, que encuentran en su ejemplo, la luz que guía y alecciona. Me emociona volver a reflotar estas letras pues recordar a Roque es dar cuenta de mis propios sueños Roque Dalton, hombre pequeñito de estatura, pero gigante y feroz con la pluma y el fusil está riendo, y lo hace henchido de placer a pesar de las masacres y las lágrimas jamás recuperadas.
Roque es el recuerdo de la sangre joven prodigada por salvadoreños e internacionalistas que lucharon por un Salvador más justo, que entregaron sus vidas por una causa que no importaba tener como norte la muerte si de verdad se moría entre pájaros y árboles, como decía el poeta Javier Heraud. Roque ha triunfado y pronto será: Parques infantiles, escuelas, hospitales, será nuevos poemas por venir, un continente reidor y feliz por tener en su vientre a millones de nuevos Roques por nacer.
Pablo Jofré Leal
Periodista. Analista internacional
Articulo Para HispanTV.