Publicada: jueves, 14 de agosto de 2025 12:52

La reciente gira de Ali Lariyani, secretario del Consejo Supremo de Seguridad Nacional de Irán, por Irak y Líbano, ha marcado un momento clave en la diplomacia de Teherán tras la última escalada con Israel.

Lejos de ser una secuencia protocolaria de reuniones, este viaje se enmarca en un contexto de reajuste regional, en el que el equilibrio de poder se redefine bajo presiones internacionales intensas y un clima de alta tensión en todo el eje levantino.

Para entender el alcance del viaje —y el mensaje implícito que porta— es necesario mirar más allá de la anécdota y situar los pasos de Lariyani en la larga estrategia iraní de tejer redes de seguridad, soberanía compartida e interdependencia política y cultural con sus aliados regionales.

Irak: fronteras seguras y soberanía con rostro popular

Lariyani inició su itinerario en Bagdad, manteniendo reuniones con el presidente Abdul Latif Rashid, el primer ministro Mohammed Shia al-Sudani y otras figuras clave. El eje temático fue claro: garantizar la seguridad común, blindar las fronteras y reforzar un modelo de cooperación que no esté dictado desde fuera.

Entre los acuerdos destaca un memorando para reforzar el control fronterizo, clave para ambos países no solo frente a amenazas como el terrorismo o el contrabando, sino también para proteger el movimiento de millones de peregrinos durante el Arbaín, evento que se ha convertido en una verdadera demostración de soberanía cultural chií a escala global. Para Teherán, custodiar esa ruta no es solo un imperativo religioso, sino también un vector de diplomacia popular y de legitimidad regional.

En este contexto, las Fuerzas de Movilización Popular (PMF) —milicias chiíes surgidas contra el ISIS— son vistas por Irán y por amplios sectores iraquíes como un pilar fundamental de la seguridad nacional. Estas milicias no son meras extensiones iraníes, sino componentes orgánicos de la defensa nacional, insertos en el tejido social iraquí y arraigados en comunidades que han vivido de primera mano la destrucción causada por la guerra y el terrorismo.

Pese a la presión de EE. UU. para disolver o neutralizar el papel autónomo de las PMF, la visión que defiende Teherán y que Lariyani llevó a Bagdad es que la soberanía nacional no puede depender únicamente de ejércitos regulares estructurados a imagen de modelos externos. La defensa popular, integrada y descentralizada, es para Irán un seguro contra interferencias y agresiones, como lo demostró la derrota de Daesh con protagonismo de las PMF.

Lariyani buscó garantizar que, aunque haya procesos de integración de estas fuerzas bajo el paraguas estatal, se mantenga su capacidad de respuesta independiente, preservando así una de las líneas de defensa más eficaces frente a amenazas asimétricas y evitando que Irak se convierta en un terreno abierto para la influencia militar extranjera.

Líbano: la resistencia como ecología política

En Beirut, Lariyani aterrizó en un escenario aún más definido por la confrontación de modelos estratégicos. Las presiones para desarmar a Hezbolá se han intensificado con apoyo diplomático y financiero de Washington, París y Tel Aviv. El planteamiento occidental —monopolio estatal de la coerción— contrasta abiertamente con la visión que Irán, y gran parte del campo de la resistencia libanesa, sostienen: no hay defensa nacional viable sin capacidad de disuasión independiente.

En sus encuentros con el presidente Joseph Aoun, el primer ministro Nawaf Salam y el presidente del Parlamento Nabih Berri, Lariyani insistió en que la pluralidad política y la capacidad de defensa de Líbano forman parte de su soberanía y no deben ser sacrificadas en aras de consensos internacionales que rara vez han protegido al país en momentos de crisis.

Nuevamente, hay que tener en cuenta que Hezbolá no se trata de una milicia paralela que compita con el Estado, sino de un actor híbrido, al mismo tiempo parte de la estructura social y política y garante de que las decisiones estratégicas del país no estén supeditadas a potencias externas. Desde esta mirada, desarmar a Hezbolá no sería un paso hacia la paz, sino un desmantelamiento de la única capacidad disuasoria real frente a Israel.

Lariyani transmitió un mensaje muy claro: el futuro del Líbano debe decidirse en diálogo entre todas sus fuerzas internas, y no mediante planes preescritos en capitales extranjeras. Su visita también buscó reforzar canales económicos y de cooperación técnica con Beirut, recordando que en las últimas décadas Irán ha ofrecido apoyo en infraestructuras y energía en zonas marginadas por la inversión internacional.

Un patrón estratégico: defensa distribuida, soberanía no negociable

En ambos países, Lariyani subrayó que el modelo de seguridad iraní —a través del eje de resistencia— combina tres elementos:

  1. Defensa descentralizada: estructuras armadas con raigambre social capaces de operar fuera del mando estatal cuando este se ve bloqueado o condicionado externamente.
  2. Legitimidad cultural y religiosa: redes de lealtad basadas en vínculos históricos, político-teológicos y de solidaridad en contextos de guerra.
  3. Convergencia de intereses: alianzas con gobiernos formales, pero asegurando que la capacidad de acción no dependa de su sola voluntad política.

Lariyani dejó claro que la voluntad iraní no es un control hegemónico de la región, sino sobre asegurar capacidades irreductibles, por mucho que cambien las corrientes políticas o los alineamientos internacionales en Bagdad o en Beirut.

Resiliencia más que hegemonía

Lejos de cualquier imagen triunfalista, la gira de Lariyani refleja que Teherán es consciente de que su influencia actual enfrenta límites: desgaste de aliados ante crisis económicas, crecientes discursos nacionalistas en Irak y el deterioro de la legitimidad interna de Hezbolá en ciertos sectores libaneses.

Sin embargo, la respuesta no ha sido un repliegue, sino una sofisticación de la estrategia: reforzar vínculos, ofrecer cooperación material donde las potencias occidentales condicionan su ayuda y presentar la presencia iraní como un elemento integrador y no invasivo, una fórmula flexible que permita navegar los cambios de poder interno en cada país.

Lariyani articuló un discurso calculado: reivindicar la no injerencia como principio, pero defender la legitimidad de alianzas mientras existan amenazas externas no resueltas. La fórmula tiene un claro sustento: cuando las instituciones libanesas o iraquíes han colapsado en momentos críticos, han sido las redes de grupos integraddos dentro del Eje de Resistencia las que mantuvieron cierto equilibrio, evitando vacíos que otros actores habrían llenado.