Por: Alireza Hashemi *
Con todas las miradas puestas en la tercera ronda de conversaciones nucleares indirectas entre Irán y Estados Unidos, celebrada el sábado en Mascate, abundan las especulaciones sobre el resultado de estas negociaciones y sobre cómo percibirá el mundo el acuerdo que busca reemplazar al pacto nuclear de 2015.
El tono aparentemente positivo adoptado por el presidente estadounidense Donald Trump —pese a sus ocasionales arrebatos de ira y excentricidad— muestra su ansia de lograr una victoria tras su fracaso en poner fin a las guerras en Ucrania y Gaza.
Los defensores de las negociaciones actuales son optimistas respecto a sus resultados. Argumentan que un nuevo acuerdo podría impulsar las exportaciones petroleras de Irán, estabilizar su economía, mejorar el acceso a medicinas esenciales y reincorporar al país en la economía global, atrayendo el capital y la tecnología tan necesarios.
Sin embargo, un repaso a los acontecimientos pasados revela promesas ilusorias. Estos mismos beneficios fueron prometidos bajo el acuerdo de 2015, pero jamás se materializaron. Alcanzarlos requiere un acuerdo sostenible y creíble que garantice un alivio duradero de las sanciones. Aun así, el pacto de 2015 demostró ser frágil, y un nuevo acuerdo podría desmoronarse con igual facilidad debido al incumplimiento de Estados Unidos.
La mejor oportunidad de los últimos años surgió durante la administración de Barack Obama, quien, sin embargo, nunca llegó a cumplir plenamente con el acuerdo desde su inicio, impidiendo que los beneficios esperados se hicieran realidad.
La retirada unilateral de la administración Trump en 2018, sin justificación legal alguna, expuso aún más las vulnerabilidades del pacto. Un nuevo acuerdo corre el riesgo de repetir este círculo vicioso, ofreciendo un alivio a corto plazo que podría desvanecerse con los vaivenes erráticos de la política estadounidense.
Los defensores del acuerdo sostienen que, si un nuevo pacto fuese ratificado por el Congreso estadounidense como tratado, tendría mayor durabilidad que el JCPOA, que fue apenas un acuerdo ejecutivo y, por ello, fácilmente revertido por Trump.
No obstante, ni siquiera la aprobación congresional ofrece garantías absolutas. La inestabilidad política en Estados Unidos, alimentada por la polarización interna y el incesante lobby de grupos vinculados a Israel, podría igualmente deshacer el acuerdo.
Un futuro presidente estadounidense podría, mediante poderes ejecutivos, imponer nuevas sanciones contra el programa de misiles balísticos de Irán sin violar técnicamente el pacto.
Asimismo, el próximo Congreso, que se elegirá en 2026, podría socavar el espíritu del acuerdo mediante legislación hostil.
La noción de que Occidente financiará el desarrollo de Irán ignora las rivalidades geopolíticas persistentes.
Tanto Estados Unidos como el régimen israelí priorizan la contención de Irán, un objetivo que contradice directamente la idea de empoderar económicamente al país.
Incluso si algunas sanciones fueran levantadas, las sanciones residuales de EE.UU. persistirían, generando incertidumbre continua para los inversores locales y extranjeros.
En un contexto más amplio, la perspectiva de un acuerdo resulta aún menos atractiva. Estados Unidos de 2025 es una sombra disminuida de la de 2015, debilitada por la política exterior errática de Trump, basada en sus caprichos y excentricidades.
A través de la imposición de aranceles, Trump ha alienado a sus aliados y fracturado la cohesión económica que sustentaba la dominación occidental.
Su escepticismo hacia la OTAN —a la que calificó públicamente de “obsoleta” en 2024 y cuya financiación amenazó con reducir— ha socavado la unidad de la alianza, impulsando a Francia y Alemania a buscar una estrategia de defensa europea independiente.
Su retiro de instituciones multilaterales, como la Organización Mundial de la Salud en 2020 y la Asociación Transpacífica en 2017, revela un repliegue generalizado respecto a los marcos de cooperación que alguna vez definieron el orden liderado por Occidente.
Trump también está desestabilizando la economía global, precisamente el sistema al que un acuerdo debería facilitar la reintegración de Irán. Su empeño en mantener la dominancia del dólar, incluyendo amenazas de sanciones a países que comercien en monedas alternativas, ha impulsado a aliados como India y China a acelerar el desarrollo de sistemas de pago alternativos, erosionando aún más la estructura financiera occidental.
Este declive disminuye el valor de cualquier acuerdo, pues la República Islámica estaría atando su futuro a un sistema fragmentado liderado por una potencia en decadencia.
El futuro de Irán reside en un mundo multipolar en el que la influencia estadounidense sigue disminuyendo. En lugar de apostar por un acuerdo frágil, Irán debería profundizar sus alianzas no occidentales y diversificar su economía, como se logró exitosamente durante la administración de Seyed Ebrahim Raisi.
El pacto estratégico de 25 años entre Irán y China, que promete inversiones por 400 000 millones de dólares en sectores energéticos e infraestructurales, y el acuerdo de asociación de 20 años con Rusia, ratificado en abril de 2025, representan alternativas viables al capital occidental. La desescalada regional con Arabia Saudí y el aumento del comercio con países vecinos fortalecen aún más la resiliencia de Irán.
El programa nuclear de Irán, símbolo de su logro científico y soberanía, sería recortado bajo un nuevo acuerdo. ¿Y qué recibiría Irán a cambio? Un alivio económico que, a la luz de experiencias pasadas, podría nunca materializarse.
Algunos podrían argumentar que los agudos desafíos económicos de Irán —marcados por la depreciación del rial y una inflación vertiginosa— exigen un acuerdo para aliviar la “guerra económica” estadounidense, que viola los derechos básicos de los iraníes y ha sumido a millones en la pobreza.
Sin embargo, aunque los beneficios a corto plazo resulten tentadores, un acuerdo nuclear con la administración Trump solo ofrecería a Irán la ilusión de un desarrollo económico. El fracaso del JCPOA, las prioridades estratégicas de Occidente y el propio declive estadounidense evidencian la fragilidad inherente de cualquier nuevo pacto.
En lugar de anclar su futuro a un acuerdo poco fiable con una superpotencia en decadencia, Irán debería abrazar la realidad multipolar, aprovechando alianzas estratégicas con China, Rusia y sus vecinos, mientras construye una economía más diversificada y resiliente.
* Alireza Hashemi es un periodista radicado en Teherán.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.