Publicada: viernes, 1 de agosto de 2025 14:23

En este artículo abordamos la visión de John J. Mearsheimer, artífice de la llamada “teoría del realismo ofensivo” sobre estrategias de Israel en la región.

Por Xavier Villar

John J. Mearsheimer es, sin disputa, la voz más influyente de la teoría realista contemporánea en relaciones internacionales. Profesor en la Universidad de Chicago y artífice de la llamada “teoría del realismo ofensivo”, sostiene que el sistema internacional, desprovisto de toda autoridad supranacional eficaz, empuja a los Estados a una competencia inevitable y brutal por el poder. Bajo su prisma, la política internacional no es —ni puede ser— un escenario regido por ideales o normas abstractas, sino un tablero donde los intereses estratégicos, la seguridad y la supervivencia definen las acciones de los actores estatales.

Esta visión —y la profunda autocrítica que aplica a la política exterior estadounidense— le han convertido en figura polémica, sobre todo por su afilado cuestionamiento al papel de Israel en la región y la complicidad de Washington en la tragedia palestina. La reciente entrevista de Mearsheimer con Tucker Carlson —sumada a debates públicos, ponencias y análisis recientes— reabre la herida abierta en Oriente Medio (Asia Occidental) y obliga a una reflexión incómoda sobre las verdaderas causas y efectos de la geopolítica regional.

Israel: estrategia expansiva, lógica del poder y fracaso estructural

Para Mearsheimer, la estrategia israelí responde a una lógica despiadada: maximizar poder a cualquier precio y neutralizar cualquier amenaza a la preeminencia regional de Tel Aviv. En su diagnóstico, el proyecto sionista se cimenta en cuatro pilares: expansión territorial, expulsión sistemática de los palestinos, desestabilización activa de los países vecinos y la obtención de respaldo militar, político y diplomático ilimitado por parte de Estados Unidos

Desde sus orígenes, los líderes israelíes —explica Mearsheimer— han cultivado una política que combina la fuerza militar abrumadora con la exigencia de lealtad absoluta a Washington. Las campañas militares sobre Gaza, así como las intervenciones en Líbano y Siria, se alinean con el objetivo de consolidar el poder israelí desmantelando toda resistencia organizada.

El reciente asalto en Gaza, calificado sin rodeos de “genocidio” por Mearsheimer, responde a la vieja premisa de que solo la violencia masiva —o la amenaza de exterminio— puede lograr la expulsión definitiva de la población palestina que resiste en su territorio. Para el realista, Israel nunca ha buscado “matar” a todos los palestinos, sino hacerles la vida imposible hasta forzarlos al exilio; una política de “limpieza étnica” escalonada, legitimada bajo la retórica de la seguridad nacional.

Este plan, subraya, se ejecuta siempre bajo la “protección” estadounidense, que bloquea cualquier condena internacional y garantiza la impunidad de Israel ante flagrantes violaciones del derecho internacional. Washington ha renunciado así, en palabras de Mearsheimer, a aplicar sus propios intereses nacionales en favor de una política exterior “Israel First”, impulsada por el poderoso lobby israelí.

La desestabilización regional como doctrina: Siria, Irán y el espejismo kurdo

El análisis de Mearsheimer va más allá del binomio Israel-Palestina y se adentra en los tentáculos de la estrategia israelí a escala regional. Una pieza esencial de esta política ha sido minar sistemáticamente la integridad de los Estados vecinos, ante todo Siria e Irán. Mearsheimer expone con claridad que Israel rara vez se ha conformado con un simple cambio de régimen en Teherán o Damasco. La meta de fondo —disimulada durante décadas bajo argumentos de autodefensa— es propiciar la balcanización de los rivales: desmembrar a Irán y Siria en entidades enfrentadas y, por lo tanto, incapaces de amenazar la primacía israelí.

El laboratorio sirio evidenció este planteamiento: intervenciones abiertas y encubiertas para sembrar el caos y convertir el país en una amalgama de enclaves en guerra. En el caso iraní, la obsesión de Tel Aviv pasa por explotar las brechas étnicas y alimentar proyectos secesionistas —el “proyecto kurdo”, por ejemplo— para debilitar a los grandes actores regionales y someterlos, directa o indirectamente, a la esfera de influencia estadounidense.

Estos planes se ocultan tras la retórica del derecho a la autodefensa y la lucha contra el terrorismo, pero para Mearsheimer constituyen la esencia de un proyecto de reingeniería geopolítica impulsado por un afán hegemónico y no por necesidades reales de supervivencia. La paradoja es evidente: en su búsqueda de seguridad absoluta, Israel siembra con sistematicidad las raíces de su propia inseguridad al perpetuar conflictos irresolubles en su entorno inmediato.

Irán: actor racional, resistencia estratégica y el dilema nuclear

Si la visión mediática occidental presenta a Irán como fuente de inestabilidad y oscurantismo, el marco realista de Mearsheimer invita a observar el comportamiento iraní con otra lógica. Irán, sostiene, no es un Estado irracional ni suicida, sino un actor que responde a la presión existencial mediante políticas de disuasión y resistencia.

El régimen iraní, lejos de buscar la destrucción total de Israel, prioriza la supervivencia, la soberanía nacional y el mantenimiento de un espacio de influencia legítimo frente a la hostilidad creciente. Las respuestas militares de Teherán —puntuales, calculadas y focalizadas en objetivos militares— demuestran, según el politólogo, una sofisticación estratégica que desmiente los tópicos habituales. Es Irán quien, en la práctica, actúa como contrapeso esencial ante los excesos israelíes y garantiza que la región no caiga en una pax israeliana forzada.

La obsesión israelí por impedir —a toda costa— la adquisición de capacidades nucleares por parte de Irán, según Mearsheimer, es un reflejo de la negativa a aceptar cualquier equilibrio regional. La implicación estadounidense en la estrategia de contención y sanción solo ha servido para radicalizar posiciones. La búsqueda del “gran acuerdo” es hoy más lejana que nunca, fruto de una política que renuncia tanto al pragmatismo como a la convivencia mínima.

El papel de Estados Unidos: complicidad, impotencia y riesgo de colapso moral

Mearsheimer traza un retrato implacable de la política estadounidense en Oriente Medio. Su denuncia es frontal: Washington, seducido por un atlantismo mal entendido y presionado por el lobby israelí, ha renunciado a su papel de supuesta potencia arbitral para convertirse en cómplice del drama región.

Estados Unidos opera como garante militar, financiero y político de la agenda israelí, pero paga un precio descomunal: pérdida de autoridad moral, descrédito entre las sociedades musulmanas y constante exposición de sus soldados, diplomáticos e intereses ante un fuego cruzado que él mismo ha avivado. A cada ofensiva sobre Gaza o Líbano, a cada acto de sabotaje contra Irán, la hostilidad antiestadounidense se encona y la capacidad de interlocución de Washington disminuye.

En el plano interno, este alineamiento ha generado un consenso asfixiante, donde cualquier disenso es leído como traición y la política exterior se subordina a necesidades externas, no a cálculos propios. La instrumentalización de la política estadounidense por sectores de interés particulares —en especial el lobby proisraelí— ha terminado por hipotecar la iniciativa de Washington y minar el prestigio global del país ante nuevos rivales estratégicos como China y Rusia.

Consecuencias y perspectivas: colapso estratégico y el callejón sin salida israelí

El diagnóstico no deja lugar a complacencias. Para Mearsheimer, Israel enfrenta hoy un callejón sin salida. Todos los vectores de su política presentan grietas profundas y tal vez irreparables: el desgaste militar y moral en Gaza; la incapacidad para derrotar a HAMAS o contener a Hezbolá; el riesgo de una guerra más larga con Irán, cuyas consecuencias serían desastrosas incluso para un régimen tan militarizado como el israelí; y la fractura interna de una sociedad al borde de la “guerra civil”.

La dependencia estructural de Israel respecto a Estados Unidos —en recursos, legitimidad y soporte diplomático— subraya la vulnerabilidad real del Estado hebreo, por mucho que su imagen internacional siga asociada al éxito y la resiliencia. Sin ese soporte, advierte Mearsheimer, Israel difícilmente podría sostener su proyecto a medio plazo.

La política de doble rasero practicada por Occidente, especialmente por Europa y Estados Unidos, en su apoyo incondicional a Israel ha destruido los puentes con potenciales aliados y debilitado toda posibilidad de diálogo equilibrado y duradero. El coste es incalculable, tanto en vidas como en legitimidad geopolítica.

Conclusión: el imperativo de una autocrítica y la necesidad de un nuevo enfoque

El análisis de Mearsheimer exige una revisión radical de supuestos complacientes. El Estado israelí ha desembocado en una deriva expansionista, belicista y profundamente destructiva, cuyas consecuencias amenazan la estabilidad global. Estados Unidos es corresponsable de esa deriva, tanto por acción como por omisión, y la negación persistente del conflicto real solo acerca la región a un abismo sin retorno

Para detener la escalada, urge reconocer la raíz política del drama y abrir paso a negociaciones en las que tanto Irán como los palestinos sean interlocutores legítimos. Ya no bastan los discursos oficiales ni el silencio diplomático: solo la presión internacional, la honestidad periodística y la valentía política pueden anticipar la catástrofe y ofrecer una salida antes de que Oriente Medio, y con él el mundo entero, pague el precio definitivo del autoengaño colectivo.