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Publicada: miércoles, 25 de diciembre de 2024 5:29
Actualizada: miércoles, 25 de diciembre de 2024 6:21

El regreso de Trump al escenario político de EE.UU. ha coincidido con crisis activas y potenciales en múltiples frentes en el mundo.

Por: Peyman Hassani *

Donald Trump ha regresado al escenario político de Estados Unidos en un momento en que el mundo se encuentra enredado en crisis activas y potenciales en múltiples frentes. La guerra genocida en Gaza y el conflicto prolongado en Ucrania destacan como desafíos urgentes, vestigios de la era de Joe Biden.

Mientras tanto, las tensiones entre los archienemigos China y Estados Unidos por Taiwán siguen en un estado delicado y precario.

En términos generales, la política exterior estadounidense puede dividirse en dos grandes corrientes de pensamiento. La primera es la de los “internacionalistas”, que abogan por la participación activa del país en los asuntos globales y en las cuestiones internacionales.

Este grupo considera que la intervención de Estados Unidos en diversas regiones del mundo es un deber y una necesidad estratégica. Esta perspectiva fomenta la formación de coaliciones y alianzas para avanzar en los intereses hegemónicos estadounidenses, mientras se comparten los costos de la política exterior con naciones socias.

La evidencia de este enfoque se puede ver en las relaciones estratégicas del país con Japón y la India, en sus recientes ejercicios militares conjuntos con Japón y Corea del Sur, y en sus alianzas más amplias con potencias emergentes.

Proyectos cuidadosamente orquestados como la “Guerra contra el Terror” o la “Exportación de la Democracia” ejemplifican esta visión distorsionada del mundo, arraigada en la política exterior estadounidense.

Por el contrario, los “aislacionistas” ocupan el extremo opuesto del espectro de la política exterior de Estados Unidos.

Esta perspectiva tiene sus raíces en la Doctrina Monroe y es mayoritariamente abrazada por los conservadores estadounidenses. La ideología aislacionista dio origen al lema “América Primero”, que ganó un considerable apoyo, especialmente durante la administración anterior de Trump.

A veces entrelazado con una visión mercantilista, como se vio de manera prominente durante el mandato de Trump, el aislacionismo enfatiza las prioridades y la energía internas.

Aunque este enfoque busca maximizar los intereses nacionales en la política exterior, evita asumir los costos adicionales asociados con los compromisos internacionales.

Los aislacionistas se caracterizan por su renuencia a mantener alianzas y coaliciones, lo que a menudo conduce al debilitamiento o desintegración de las asociaciones de Estados Unidos en el extranjero.

Durante la era de Trump, este enfoque se hizo evidente cuando Estados Unidos se desenganchó de muchos compromisos internacionales, favoreciendo los acuerdos bilaterales y la diplomacia transaccional sobre la cooperación multilateral.

Durante la presidencia anterior de Trump, a menudo exigió contribuciones financieras de otros países a cambio de proporcionarles seguridad.

La actitud aislacionista en Estados Unidos, a diferencia del enfoque internacionalista, rechaza fundamentalmente la cooperación internacional, las alianzas y el apoyo a otras naciones.

Durante el primer mandato de Trump, las crecientes divisiones entre Estados Unidos y la Unión Europea se hicieron cada vez más evidentes, culminando en amenazas de retirada de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).

Trump argumentó que Estados Unidos no tenía la obligación de garantizar la seguridad de otras naciones dentro de la alianza militar OTAN sin recibir una compensación adecuada.

En contraste, durante la administración de Biden, hubo una notable convergencia entre Estados Unidos y Europa, en gran parte debido a la “operación especial” de Rusia en Ucrania.

El estallido de la guerra en Ucrania en febrero de 2022 redujo aún más las distancias a través del Atlántico. La alineación entre Estados Unidos y la Unión Europea se profundizó significativamente mientras se unían en oposición al percibido “enemigo en Moscú”.

La guerra genocida israelí en Gaza, el apoyo total del Movimiento de Resistencia  Islámica de El Líbano (Hezbolá) a Palestina y el más amplio Eje de Resistencia han introducido nuevas dinámicas.

 

Además, las operaciones militares represalias de Irán contra el corazón de la entidad sionista en dos ocasiones han creado más complicaciones en la política exterior de Estados Unidos.

Europa, que ya había catalogado a Irán como un adversario en la guerra de Ucrania bajo el falso pretexto de suministrar equipos a Rusia, ha adoptado nuevamente una postura más estricta y hostil hacia la República Islámica.

Una clara ilustración de esto es la declaración conjunta emitida por la Unión Europea y los países del Golfo Pérsico, en la que Europa acusó explícitamente a Irán, por primera vez, de “ocupar” las tres islas que pertenecen a Irán.

Esta afirmación infundada ignora toda la evidencia documentada que ratifica la soberanía de Irán sobre las islas de Bu Musa, Tonb Mayor y Tonb Menor.

Parece que, a diferencia de lo ocurrido durante el primer mandato de Trump, que vio la aparición de importantes fisuras entre Europa y Estados Unidos, estas divisiones podrían ser menos pronunciadas en el futuro debido a factores externos como los mencionados anteriormente.

Estados Unidos y la Unión Europea probablemente dejarán de lado sus diferencias, al menos temporalmente, hasta que se resuelvan las crisis de la guerra en Ucrania y el genocidio en Gaza.

Durante este período, podrían adoptar una política retórica, pero poco constructiva. Apoya esta predicción el reciente esfuerzo de la Unión Europea por activar el mecanismo de “snapback” contra Irán en cooperación con Estados Unidos.

El mecanismo de “snapback” es una disposición legal para restablecer las resoluciones del Consejo de Seguridad de las naciones Unidas (CSNU) que fueron levantadas tras el acuerdo nuclear, de nombre oficial Plan Integral de Acción Conjunto (PIAC o JCPOA, por sus siglas en inglés).

Parece que los europeos han pasado por alto el hecho de que Trump se retiró unilateralmente del acuerdo. El mismo había calificado al acuerdo como “un trato unilateral horrible que nunca debió haberse hecho” y añadió, “esto no trajo calma, no trajo paz, y nunca lo hará”.

Como resultado, se anticipa que la política de Trump hacia la OTAN y la Unión Europea en su segunda administración será más moderada y coherente que durante su primer mandato.

Además, es altamente plausible que una segunda administración Trump busque un acuerdo con Rusia para abordar la guerra en Ucrania, algo que no ha ocurrido bajo Biden, quien apoyó agresivamente la guerra por poder de la OTAN contra Rusia en Ucrania.

Si dicho acuerdo se materializa, podría haber esperanza de un fin a la guerra a mediano plazo. Aunque las brechas transatlánticas podrían persistir, los adversarios comunes podrían acercar a Washington y Europa.

* Peyman Hassani es investigador en derecho internacional y relaciones internacionales.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.