Publicada: miércoles, 20 de agosto de 2025 7:40

La fallida normalización de Egipto con Israel, marcada por promesas incumplidas y dependencia externa, ofrece una advertencia crucial para otros países árabes.

Por: Robert Inlakesh *

Como el primer estado árabe musulmán en normalizar relaciones con Israel, la experiencia de Egipto ofrece una lección para aquellos que están ansiosos por subirse al carro de los llamados Acuerdos de Abraham del presidente estadounidense Donald Trump.

Un país al borde del colapso en este momento, bajo la amenaza inmediata de una invasión militar israelí y aún intentando concretar acuerdos con el régimen en Tel Aviv, incluso después de que su tratado de normalización fuera roto.

Egipto es un caso ejemplar para el modelo árabe de normalización. Lo que fue una potencia regional independiente, ejerciendo poder cultural, ideológico e incluso militar en todo el mundo árabe y más allá, El Cairo ha degenerado en un caos que no solo está en declive económico y social, sino que también está en gran medida sometido a los Estados Unidos, la alianza militar de la OTAN y sus patrocinadores del Golfo Pérsico.

El camino hacia la normalización egipcia con Israel comenzó tras la derrota en la guerra de junio de 1967. Israel lanzó un ataque sorpresa, denominado “Operación Foco”, que destruyó la mayoría de la fuerza aérea del país mientras aún estaba en tierra.

En solo seis días, la ofensiva de Tel Aviv había conseguido ocupar Al-Quds (Jerusalén) Este, Cisjordania, la Península del Sinaí, los altos del Golán y Gaza.

Años después, el presidente egipcio Yamal Abdel Naser murió de un ataque al corazón. Hasta ese momento, una de las ideologías regionales dominantes había girado en torno a su versión del nacionalismo árabe socialista, conocido popularmente como el Naserismo.

Sin embargo, a diferencia de otras ideologías, esta estaba centrada principalmente en un solo hombre, y, por tanto, la derrota de esta ola nacionalista árabe fue rápida con la conclusión de la guerra de 1967.

Durante este período, la región experimentó un giro importante. El marxismo ganó popularidad, los movimientos nacionalistas se intensificaron y los grupos islámicos comenzaron a hacerse sentir de manera progresiva.

Igualmente, relevante fue la evolución de la estrategia imperialista de Estados Unidos en la región de Asia Occidental.

La relación entre Estados Unidos e Israel alcanzó niveles sin precedentes, impulsada por un intensificado lobby sionista en Washington. Tel Aviv se convirtió en el principal aliado regional de Washington en su lucha por la supremacía durante la Guerra Fría, asegurando miles de millones en ayuda y armamento.

Mientras tanto, el recuerdo de la derrota árabe en 1967 nunca se desvaneció y alimentó una mayor resistencia. La Organización para la Liberación de Palestina (OLP) ascendió en prominencia regional y global, asumiendo el liderazgo total de la lucha por la liberación palestina, convirtiendo a los palestinos en el principal enemigo de Estados Unidos en la región.

En medio de esto, Egipto y Siria conspiraron para lanzar una ofensiva con el fin de restaurar el honor árabe y recuperar los territorios ocupados en 1967.

En 1973, se desató lo que se conoció como la Guerra de Octubre. A pesar de infligir derrotas impactantes a Israel y recuperar los territorios ocupados, las fuerzas egipcias bajo el mando del presidente Anwar Sadat detuvieron su ofensiva. Mientras tanto, Estados Unidos envió suministros masivos a Israel, permitiéndole recuperar la ventaja.

Debido a las decisiones de Egipto, interpretadas por el liderazgo sirio bajo el presidente Hafez al-Assad como una traición, los israelíes lograron nuevamente reocupar los territorios que habían capturado en 1967.

Mientras que una de las lecciones claves aquí fue que Israel no era invencible y podía ser derrotado, el poder de Estados Unidos resultó ser suficiente para salvar a Tel Aviv.

Aunque los regímenes árabes tomaron esta lección para retroceder, la lección más importante que nunca se aprendió realmente fue que la vacilación es la verdadera asesina, y que la negativa a actuar eventualmente le da al enemigo más avanzado el tiempo que necesita para planificar y mover recursos a su favor.

Si el ataque sorpresa de Egipto y Siria hubiera sido seguido hasta el final, probablemente habrían tenido éxito.

Después de la Guerra de Octubre, el presidente egipcio Anwar Sadat decidió rápidamente orientar a Egipto hacia Estados Unidos, buscando la normalización con Israel y abandonando efectivamente la causa palestina.

En 1978, Egipto e Israel firmaron los Acuerdos de Camp David, preparando el terreno para el acuerdo de normalización de 1979. A cambio, Egipto se alineó firmemente con el bloque liderado por Estados Unidos, recibiendo grandes paquetes de ayuda y asociando sus arreglos defensivos con Occidente.

Entre 1978 y 2022, Estados Unidos otorgó a Egipto más de $50 mil millones en ayuda militar y $30 mil millones en asistencia económica. Esta alineación con los EE.UU. también se produjo a expensas del régimen militar que había gobernado Egipto desde 1952, implementando reformas económicas liberales (Intifada) que culminaron finalmente en el asesinato del presidente Sadat.

Una figura clave del establecimiento militar de El Cairo, Hosni Mubarak, asumió entonces el control durante más de tres décadas. Bajo su gobierno, Egipto adoptó un modelo neoliberal respaldado por Estados Unidos, a pesar de que la corrupción rampante, la violencia estatal, la incompetencia y el capitalismo de amigos erosionaban gradualmente al país.

Continuando en favor de Israel, en 2005, Mubarak firmó un acuerdo de gas multianual por $15 mil millones con Israel, destinado a suministrar al régimen ocupante con 1.7 mil millones de metros cúbicos de gas natural al año a través de un gasoducto submarino de Al-Arish a Asclaón.

Incluso en este acuerdo, Mubarak trabajó estrechamente con Husein Salem, copropietario de la Compañía de Gas de Oriente Mediterráneo (EMG, por sus siglas en inglés) y activo del servicio del espionaje israelí (Mossad), para vender el gas de Egipto a tan solo $1.50 por millón de unidades térmicas británicas (MBTU), cuando el precio internacional rondaba los $12.60. El resultado fue que Salem y sus socios israelíes cosecharon las ganancias mientras Egipto perdió $11 mil millones en ingresos.

A pesar de los “reformistas” anunciados por Egipto a principios de los 2000, el pueblo egipcio continuó sufriendo bajo un liderazgo proestadounidense que colaboraba con Israel en diversos proyectos, mientras que el país dependía de la ayuda de los EE.UU. para funcionar.

Los resultados de este esquema de normalización en 2011, cuando estalló la revolución egipcia, mostraron que uno de cada cinco egipcios vivía por debajo del umbral de pobreza, mientras que las élites ricas vivían en villas.

Para 2021, algunas estimaciones ponían la tasa de pobreza en Egipto en un 58.5 por ciento, lo que en realidad era mejor que en los años anteriores. Para 2023, Egipto se encontraba al borde del colapso económico y, antes del 7 de octubre de 2023, parecía que la situación estaba lista para empeorar, hasta que el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Unión Europea (UE) y los Emiratos Árabes Unidos (EAU) comenzaron a intervenir para ayudarlo.

En 2022, otra medida tomada por El Cairo fue comenzar a vender participaciones en empresas estatales a corporaciones privadas. Los estados del Golfo Pérsico, que financiaron el ascenso del general Abdel Fatah al-Sisi al poder mediante un golpe militar en 2013, ahora poseen grandes participaciones en muchas empresas que anteriormente eran del Estado.

A pesar del salvavidas occidental-árabe, Egipto sigue empeorando en el índice global de declive económico, alcanzando un alarmante 7.20, que ha ido subiendo desde 2022.

En 2018, aunque El Cairo ya había estado exportando gas a Israel, los gasoductos fueron revertidos, y se alcanzó un nuevo acuerdo para que Egipto comprara gas a Israel.

Esto culminó finalmente en el acuerdo del 7 de agosto de 2025, en el que Egipto se comprometió a un acuerdo de gas por $35 mil millones con la empresa israelí NewMed.

Ahora, mientras Israel comete genocidio en Gaza, Egipto se enfrenta a otra amenaza potencialmente existencial y de la entidad vecina con la que intentaba lograr prosperidad económica.

Israel ya violó el acuerdo de normalización de 1979 el año pasado cuando decidió invadir el cruce de Rafah y el corredor de Filadelfia, asesinando a soldados egipcios e iniciando bombardeos aéreos en el Sinaí, ante lo cual El Cairo se negó a responder.

A pesar de esto, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, confirmó recientemente su intención de avanzar en el llamado proyecto de “Gran Israel”, que incluye la toma de territorio egipcio.

 

El año pasado, surgió una campaña de incitación contra Egipto por parte de grupos de pensamiento pro-guerra y políticos israelíes, basándose en afirmaciones fabricadas para justificar una posible invasión israelí del Sinaí.

Mientras tanto, la administración de Trump señaló repetidamente su intención de ‘poseer Gaza’ y llevar a cabo una limpieza étnica, sin apenas tener en cuenta los intereses egipcios.

Aunque Egipto suele ser percibido como una de las principales potencias militares de la región, esta reputación es engañosa. Su gasto militar real es relativamente bajo en comparación con los estados vecinos, y los salarios de los soldados son tan bajos que algunos han recurrido a vender limonada para complementar sus ingresos.

A estos problemas se suma el hecho de que Egipto compra armamento avanzado de naciones occidentales sin comprender completamente cómo operarlos o integrar los diferentes sistemas de manera efectiva. En otras palabras, estas adquisiciones benefician más a los fabricantes de armas occidentales que a la verdadera estrategia defensiva de Egipto.

Todo esto ocurre mientras las tensiones sociales en Egipto siguen creciendo, amenazando con estallar en protestas masivas en cualquier momento. Una advertencia contundente llegó el mes pasado cuando Ayman Abdel Wahab, de 21 años, fue torturado hasta la muerte mientras estaba bajo custodia policial, lo que desató disturbios contra las autoridades. La población también está harta de una constante corriente de proyectos prometidos que nunca se materializan o solo benefician a los ricos.

Como el primer estado árabe en normalizar sus relaciones con Israel, la trayectoria de Egipto ofrece una lección de precaución para otros que contemplan seguir el mismo camino.

La normalización ha socavado la soberanía de Egipto, ha consolidado su sumisión a poderes externos, ha enriquecido a la élite y ha empujado a la población en general más profundamente hacia la pobreza y la desesperación.

Hoy, el país está al borde del colapso, ofreciendo una advertencia clara para otros países árabes que están considerando un curso similar.

* Robert Inlakesh es periodista, escritor y analista político que ha vivido y reportado desde la ocupada Cisjordania.


Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.