Por Xavier Villar
Su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés) —uno de los mayores proyectos geoeconómicos del siglo XXI— necesita anclajes sólidos en una región estratégica donde se cruzan rutas energéticas, corredores comerciales y algunos de los conflictos más enquistados del mundo.
Pero Pekín se enfrenta a un dilema: ¿cómo garantizar estabilidad y continuidad en una región marcada por rivalidades profundas sin abandonar su papel tradicional de actor “neutral”? La hora de la indefinición ha pasado. La propia estructura del sistema internacional obliga a tomar partido, y en Oriente Próximo esa elección se resume en Irán.
La tesis es clara: si China quiere asegurar su proyecto económico euroasiático, solo una alineación firme con Irán puede garantizarlo. La alternativa —un equilibrio “débil” con Israel o con sus aliados— comprometería no solo la BRI en la región, sino también la capacidad de Pekín para proyectarse como potencia estabilizadora en el Sur Global.
La Franja y la Ruta como arquitectura global
China concibe la BRI como una infraestructura de integración multipolar. Sus objetivos centrales son tres:
- Energía: asegurar suministros estables desde el Golfo Pérsico y Asia Central hasta Asia oriental.
- Conectividad: establecer corredores terrestres y marítimos que vinculen Eurasia con África.
- Diplomacia económica: consolidar un entorno global menos dependiente del dólar y de la hegemonía financiera occidental.
Oriente Próximo, por su geografía y recursos energéticos, es esencial para los tres pilares. Ninguna ruta terrestre hacia Europa ni corredor marítimo hacia África puede esquivar sus estrechos y puertos. Por ello, Pekín no puede tratar la región como una simple zona de tránsito: debe considerarla un núcleo que requiere estabilidad duradera.
China e Irán: afinidad estratégica
Irán ofrece a China lo que ningún otro poder regional puede proporcionar de manera simultánea:
- Profundidad energética: vastas reservas de petróleo y gas capaces de sostener el crecimiento chino durante décadas.
- Ubicación central: un cruce entre Asia Central, Oriente Próximo y el océano Índico, ideal para articular corredores terrestres y marítimos.
- Autonomía política: a diferencia de Arabia Saudí o Emiratos Árabes Unidos, Irán no es un protectorado de EE UU, lo que otorga a Pekín mayor margen de maniobra.
- Convergencia política: al igual que China, Irán defiende un orden multipolar y cuestiona la hegemonía occidental.
No se trata de una afinidad ideológica, sino estructural. Ambos se benefician de debilitar la dependencia del eje transatlántico y de consolidar redes alternativas.
En 2021, China firmó con Teherán un acuerdo de cooperación estratégica de 25 años, que contempla inversiones multimillonarias en infraestructuras, transporte y energía. Sin embargo, Pekín ha mantenido la cautela, reacio a comprometerse por completo. Esa vacilación resulta cada vez menos sostenible.
Israel como riesgo estructural para la BRI
El expansionismo israelí constituye un factor de inestabilidad que amenaza directamente los intereses chinos en la región. Israel no es un socio ni neutral ni predecible:
- Dimensión colonial-expansionista: desde 1948, y sobre todo tras 1967, Israel se ha proyectado más allá de sus fronteras, alimentando un conflicto endémico.
- Efecto de arrastre regional: cada ofensiva en Gaza, cada operación en Líbano o Siria, multiplica las tensiones en torno a Irán y sus aliados.
- Asimetría con Washington: Israel funciona como apéndice estratégico de Estados Unidos, vector de la agenda norteamericana en la región.
Para China, que busca corredores comerciales estables, Israel representa como mínimo un riesgo permanente, y en el peor de los casos, un catalizador de inestabilidad capaz de descarrilar inversiones millonarias.
La expansión territorial israelí —sus ambiciones en Gaza, Cisjordania y más allá— no puede verse como un asunto puramente “local”. Cada paso en esa dirección arrastra al conjunto regional hacia la inseguridad. Para la BRI, supone una amenaza sistémica: rutas terrestres que cruzan Irán e Irak hacia el Mediterráneo, o corredores marítimos que dependen de la estabilidad del Golfo Pérsico, se vuelven vulnerables con cada estallido de violencia israelí.
Choque de lógicas: colonialismo frente a conectividad
El dilema chino puede describirse como el choque entre dos lógicas incompatibles. De un lado, la lógica expansionista israelí: guerra permanente, control militar y fragmentación de los vecinos. De otro, la lógica de la BRI: conectividad, interdependencia y previsibilidad de los corredores comerciales.
La expansión israelí sobrevive gracias a la inestabilidad: fragmentar Palestina, debilitar Siria, presionar a Líbano, cercar a Irán. La expansión china, en cambio, necesita estabilidad: oleoductos seguros, puertos en funcionamiento, líneas ferroviarias sin interrupciones.
Ambos modelos no pueden coexistir en el mismo espacio geopolítico. La entrada de China en la región la obliga a elegir: someterse a un orden regional de muros y violencia, o construir otro de rutas e interdependencias horizontales.
Irán como pivote frente a la inestabilidad
Si Israel representa la desestabilización permanente, Irán actúa como pivote de resistencia y contención. No porque Teherán carezca de tensiones internas o de proyección militar, sino porque su papel estructural es frenar la expansión israelí y estadounidense.
Para China, las consecuencias son claras:
- Seguridad de los corredores terrestres: la ruta que conecta Xinjiang con Turquía y el Mediterráneo pasa inevitablemente por Irán. Si esta sección sucumbe a la inestabilidad inducida por Tel Aviv o Washington, toda la arquitectura de la BRI se tambalea.
- Equilibrio energético: sin Irán como contrapeso, Arabia Saudí y los Emiratos —alineados aún con Washington— mantienen capacidad de presión sobre Pekín en materia de suministro o precios.
- Proyección hacia el Índico: Irán proporciona acceso directo a puertos como Chabahar y a corredores hacia Pakistán, India y más allá.
La alineación con Irán, por tanto, no es sentimental ni ideológica: es una estrategia de supervivencia para la BRI.
El espejismo del pragmatismo israelí
Algunos expertos chinos sostienen que Israel podría ser un socio tecnológico y económico valioso para la BRI, citando la cooperación en agricultura, agua o innovación digital.
Pero ese razonamiento confunde colaboración táctica con alianza estratégica. Israel puede ofrecer tecnología avanzada, pero nunca estabilidad política. Su dependencia de Washington y su lógica expansionista lo convierten en un socio poco fiable para una iniciativa con vocación de duración como la BRI. Lo que está en juego no es el acceso a una patente agrícola, sino la solidez de los corredores energéticos que sostendrán a China durante el siglo XXI.
Multipolaridad y el Sur Global
Otro elemento clave es la percepción en el Sur Global. China se presenta como alternativa al orden occidental, pero su credibilidad depende de su postura respecto a Palestina e Israel. Para la mayoría de las sociedades árabes y musulmanas, Israel encarna un proyecto colonial que perpetúa la injusticia. Cualquier ambigüedad de Pekín hacia Tel Aviv erosionaría su legitimidad como líder del Sur Global.
Por el contrario, Irán se percibe como un Estado que resiste a la hegemonía y a la expansión colonial. Apoyar a Teherán no solo garantizaría rutas y energía, sino que reforzaría la imagen de China como referencia político-moral de un orden multipolar más justo. El dilema es nítido: o China construye legitimidad global, o la socava titubeando con Israel.
Escenario de riesgo: Gaza–Golán–Irán
La actual situación en Gaza, las tensiones persistentes en el Golán sirio y la presión sostenida sobre Irán configuran un triángulo de riesgo capaz de poner en jaque la BRI. Cada escalada militar israelí arrastra a la región a una espiral que afecta a oleoductos, reservas de gas y rutas marítimas.
Pensar que China puede permanecer indefinidamente al margen es ingenuo. La interdependencia global implica que una conflagración en esta zona repercute en los mercados energéticos, en los seguros marítimos y en la percepción de riesgo de los inversores en infraestructuras.
El único actor con capacidad real de contener estas presiones es Irán. A través de su red de alianzas —Hezbolá, Siria, grupos palestinos— es la única fuerza capaz de imponer límites a la expansión israelí. Si China quiere corredores estables, debe respaldar al actor que frena la inestabilidad.
Una decisión inaplazable
Durante décadas, la política china en Oriente Próximo se apoyó en el equilibrio: vínculos con Irán, relaciones económicas con el Golfo Pérsico, cooperación puntual con Israel. Esa estrategia permitió expandirse sin compromisos profundos.
Hoy ese equilibrio está agotado. La radicalización israelí, la competencia abierta con Estados Unidos y la centralidad de Asia Occidental para la BRI obligan a Pekín a elegir. La neutralidad ya no ofrece beneficios: genera vulnerabilidad.
La decisión es clara: si China concibe un siglo XXI estructurado en torno a la conectividad euroasiática, no puede permitirse un socio estructuralmente desestabilizador como Israel. Solo un compromiso firme con Irán asegura la continuidad del proyecto.
Conclusión
El futuro de la Franja y la Ruta en Oriente Próximo depende de una definición estratégica. China no puede sostener dos lógicas opuestas: la expansiónista-colonial de Israel, basada en el conflicto, y la lógica de la BRI, basada en la conectividad y la estabilidad.
Elegir a Israel es minar el proyecto desde dentro, condenarlo a la vulnerabilidad. Elegir a Irán es construir un eje de estabilidad, energía y proyección hacia Eurasia y el Índico.
No es una elección ideológica, sino un cálculo geopolítico: garantizar que los corredores funcionen durante décadas. Sin un Irán fuerte y respaldado, el sueño chino de integración global puede evaporarse en un mar de conflictos impulsados por la lógica expansionista que Israel representa.
La decisión ya no puede aplazarse.