Durante una conversación con periodistas a bordo del Air Force One, Trump declaró: “Me gustaría que Egipto aceptara a las personas. Estamos hablando probablemente de un millón y medio de personas, y simplemente limpiamos todo eso y decimos: ‘¿Saben qué? Se acabó.’”
El presidente estadounidense también elogió a Jordania por su historial de acoger refugiados palestinos y afirmó haber instado al rey Abdulá a aceptar un número mayor de desplazados. “Me encantaría que aceptaras a más, porque ahora mismo estoy mirando toda la Franja de Gaza, y es un desastre. Es un verdadero desastre”, dijo Trump.
Las cifras aproximadas de esta "reubicación" (que en la práctica implicaría una limpieza étnica de la población de Gaza) sorprendentemente coinciden con el número de refugiados palestinos resultantes de la Nakba de 1948, cuando los colonizadores sionistas llevaron a cabo la expulsión de una parte significativa de la población palestina nativa.
La población palestina, que ha sufrido más de 15 meses de genocidio, en gran parte financiado y apoyado por Estados Unidos, ha respondido con una firme resistencia y determinación. A pesar de las extremas dificultades y la devastación masiva en la Franja de Gaza, particularmente en el norte, donde gran parte de los hogares han quedado reducidos a escombros, los palestinos siguen expresando su voluntad de regresar a sus hogares.
Este deseo de retorno y permanencia en su tierra natal constituye una clara oposición a cualquier plan que intente forzar su expulsión. La negativa a abandonar Gaza y Palestina se ha convertido en un símbolo de resistencia, reflejando un rechazo rotundo a las propuestas que sugieren su reubicación fuera de la región.
La cuestión de la tierra en el contexto palestino no debe entenderse únicamente desde una perspectiva esencialista, sino a través de un enfoque político más amplio. En este sentido, la aniquilación de las aldeas palestinas durante la Nakba de 1948 debe ser vista como una estrategia deliberada destinada a borrar la presencia palestina de la memoria colectiva y del territorio.
La destrucción de estas aldeas, llevada a cabo hasta la última piedra, no se limitaba a la eliminación física de las viviendas, sino que también implicaba la erradicación de una narrativa histórica palestina que contradecía la legitimación de la creación del Estado de Israel. Las ruinas de estas aldeas habrían contado una historia que incluía la existencia palestina en la región antes de la fundación del Estado sionista. Esta narrativa, que implicaba la expulsión forzada de la población palestina, se percibía como un obstáculo para la legitimación del nuevo Estado.
Es precisamente el trasfondo político lo que motiva la destrucción sistemática de las ruinas de las aldeas palestinas. Esta acción tenía un objetivo doble: no solo eliminar la evidencia material de la presencia palestina en la región, sino también aniquilar simbólicamente cualquier vínculo histórico que pudiera desafiar la nueva narrativa del Estado de Israel. La eliminación de estos vestigios formó parte de una estrategia más amplia destinada a redefinir el paisaje político y cultural de la región, borrando cualquier rastro de la vida palestina anterior a la creación del Estado israelí.
En este contexto, la ruina, por sí misma, implica una situación trágica: un vestigio de destrucción que atestigua un sufrimiento colectivo y un desplazamiento forzoso. Sin embargo, la negación del derecho a la ruina va más allá de la tragedia inmediata; representa una reescritura profunda de la historia. Al intentar borrar las ruinas, no solo se niega la existencia material de las comunidades palestinas desplazadas, sino que se busca erradicar una parte fundamental de la historia de la región, de forma que la narrativa oficial se imponga sobre la memoria colectiva palestina.
La propuesta de Donald Trump sobre el desplazamiento de palestinos desde Gaza debe verse como una continuación de las políticas sistemáticas del apartheid israelí. Estas políticas favorecen la expansión de colonias ilegales exclusivas para judíos sobre tierras palestinas, consolidando un régimen de opresión que no solo despoja a los palestinos de su tierra, sino que también vulnera sus derechos fundamentales. Lo que se presenta como una solución humanitaria, en realidad, perpetúa un sistema de despojo y segregación, disfrazado de falsa compasión.
No fue una sorpresa que las primeras voces de apoyo a las propuestas de Trump provinieran de los ministros de extrema derecha e influyentes figuras de la coalición ultranacionalista israelí, Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir. Estos líderes, conocidos por su retórica racista, han mostrado abiertamente su respaldo a medidas que favorecen la expansión del Estado de Israel a expensas de los derechos palestinos. Bajo la apariencia de soluciones humanitarias, tales propuestas buscan, en realidad, consolidar una ocupación de facto aún más profunda, negando la autodeterminación palestina y su derecho a la justicia.
Como han señalado diversos expertos, entre ellos Mouin Rabbani, el plan propuesto por Donald Trump percibe la existencia misma de los palestinos como un obstáculo para la paz. En este contexto, su expulsión de Palestina se presenta como la única solución viable para lograr esa tan ansiada paz. Esta visión, que culpabiliza a la víctima —en este caso, a la población palestina, víctima colectiva de un genocidio prolongado— no solo distorsiona la realidad del conflicto, sino que perpetúa la narrativa según la cual los palestinos son responsables de los obstáculos para la paz, al mismo tiempo que se ocultan las políticas sistemáticas de despojo y violencia que han dado forma a la situación.
Esta perspectiva busca desviar la atención de las políticas sistemáticas basadas en una distinción racial y de poder entre los israelíes, considerados "humanos", y los palestinos, a quienes se les considera "no-humanos". En este marco, se deslegitima la existencia misma de los palestinos como actores legítimos en el conflicto, mientras se justifica el despojo y la violencia institucionalizada a lo largo de décadas. Al presentar el desplazamiento forzoso como una solución para la paz, se ignoran las raíces del conflicto y se favorece exclusivamente al ocupante israelí, al mismo tiempo que se niegan los derechos y la dignidad del pueblo palestino.
La “reubicación” de palestinos, es decir, la limpieza étnica que Donald Trump propone y que cuenta con el respaldo de Israel, no se llevará a cabo. Después de no haber logrado su objetivo mediante un genocidio, los palestinos no abandonarán su tierra ni los vínculos políticos y culturales que la unen a su identidad. La resistencia a la expulsión y el firme apego a su territorio, que ha perdurado a lo largo de décadas de despojos y desplazamientos, refuerzan la determinación de la población palestina de permanecer en su tierra, independientemente de los esfuerzos por imponer soluciones que les despojen de su derecho a la autodeterminación.
Por Xavier Villar