Publicada: lunes, 23 de diciembre de 2024 22:40

El legado del líder del Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá), Seyed Hasan Nasralá, se fortalece en el martirio.

Por: Roya Pour Bagher *

El martirio del líder de Hezbolá, Seyed Hasan Nasralá, rompió millones de corazones en todo el mundo de una manera profunda y desconocida.

La nación libanesa nunca había conocido un dolor tan profundo hasta que los golpeó de repente. Fue un sacudón masivo del cual aún no se han recuperado. La herida es demasiado profunda para sanar tan pronto.

Tal vez ya no esté físicamente con nosotros, pero sigue allí en espíritu. ¿Qué puedo decir, realmente? Esto es algo que no se puede expresar con palabras. Solo se puede sentir.

Su ausencia deja un vacío difícil de llenar. Podríamos pasar toda nuestra vida expresando nuestro amor por él en palabras. Sin embargo, parece casi imposible articular el dolor por su pérdida.

Seyed Hasan fue, me atrevería a decir, la única dulzura en la vida libanesa de por sí amarga. En medio de las muchas dificultades que enfrentaba el pueblo libanés, él era el hilo de paciencia que mantenía unida a la nación, evitando que se desmoronara.

¿Su ausencia significa que Líbano ha colapsado? No, es al contrario. Si su presencia mantenía a la nación libanesa firme, su ausencia la ha impulsado a la acción, llevando adelante la bandera de la Resistencia y persiguiendo la causa de la justicia con determinación.

Los libaneses del post-Seyed Hasan no son los mismos que antes. Nada puede ser igual, pero su ilustre vida y legado seguirán inspirando a las futuras generaciones de luchadores por la Resistencia que valientemente enfrentarán la ocupación israelí y sus arrogantes respaldos occidentales.

Escribo esto no solo para los libaneses que tienen vínculos formales con la tierra del Líbano. Escribo para aquellos que crecieron con Seyed Hasan, jurando lealtad a él sin importar dónde se encuentren en este mundo traicionero.

Algunos hablan de traición, otros de errores estratégicos. Yo no soy lo suficientemente sabio para especular ni tengo inclinación a hacerlo. Lo que sé es esto: aunque él ya no esté físicamente, su presencia se ha hecho más fuerte desde su partida. Siento a Seyed Hasan ahora más que nunca. Lo escucho más claramente.

Como dijo Zeinab Soleimani, hija del principal comandante antiterrorista de Irán, el mártir teniente general Qasem Soleimani, después del martirio de su padre, “El general Soleimani estaba cautivo, y con su martirio, sus manos se liberaron y su espíritu se acercó más que nunca”.

Lo mismo es cierto para Seyed Hasan. Él está con nosotros y aún más cerca del enemigo. Que teman su espíritu, como deben hacerlo, porque perseguirá cada uno de sus movimientos hasta su derrota inevitable y nuestra victoria inminente. Sin embargo, ya somos victoriosos.

Nosotros, los chiíes de Ali ibn Abi Talib (como tan apropiadamente nos describió nuestro Seyed), no medimos el éxito con criterios mundanos. Para nosotros, el éxito está en cada paso dado hacia Dios.

Mientras sigamos el camino de la verdad, somos victoriosos. Que el mundo se deslice en la locura con sus definiciones distorsionadas y posiciones hipócritas. Que nuestros enemigos mueran de envidia.

De hecho, nos envidian porque saben, en el fondo, cuál será su destino final y lo alejados que están de nosotros. La vastedad de las estrellas palidece en comparación con la distancia que nos separa de ellos.

Mi querido Seyed, fui testigo de tus valientes batallas y tus promesas cumplidas de victoria. Mi corazón latió al ritmo de tus apasionados discursos, resonando con los gritos de mi corazón y mi alma —palabras que solo mis venas podían escuchar.

Me enseñaste a no prestar atención a las opiniones de los demás, a hablar siempre la verdad y a mantenerme siempre firme en lo correcto, incluso cuando estoy rodeado de fuerzas hostiles.

He seguido esta lección muchas veces. Al hacerlo, he sentido la soledad de Ahlul Bait (la paz sea con ellos), pero también el orgullo de ser chií —un chií que aprendió de ti.

Ver tu memorial en los suburbios del sur de Beirut, donde fuiste martirizado, fue como presenciar los santuarios sagrados del Imam Husein (P) y Abolfazl al-Abás (P) en Karbala.

Nunca tuve el valor de imaginar cómo sería un memorial para ti, pero qué adecuado fue. Un memorial donde tus palabras resonaron a través del vacío más profundo que jamás haya visto.

Los tontos enemigos pensaron que habían destruido Dahiya (sur de Beirtur) y te habían silenciado. Poco se dan cuenta de que han sentado las bases para un imperio de Resistencia sobre el cual continuaremos edificando.

Tres luces iluminaron el lugar de tu martirio: la luz de las velas de los dolientes, el foco en tu improvisado santuario y las luces rojas que recordaban a Karbala.

Es como si Dios mismo nos hubiera dado tres recordatorios eternos: lealtad al Líder de la Revolución Islámica, al propio líder, y el legado del Imam Husein (P) y los principios que ejemplificó en las llanuras desérticas de Karbala hace catorce siglos.

Si nos aferramos a estos tres elementos, ya hemos ganado.

Te juro lealtad en tu ausencia como lo hice en tu presencia. Seguiré tu camino —el camino del Maestro de los Mártires, Huein ibn Ali (P).

Es el camino de resistir la opresión y perseguir la justicia. Como el Imam Hussein (P), daremos todo por Dios. ¿Acaso no es eso lo que tantos de tus seguidores han hecho? Entonces no hay nada que temer.

*Roya Pour Bagher es una escritora radicada en Teherán


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.