Por Xavier Villar
Según fuentes tanto iraníes como occidentales, este nombramiento podría reflejar un intento de la Casa Blanca de explorar opciones diplomáticas antes de recurrir a medidas más contundentes contra Irán.
Sin embargo, el nombramiento de Witkoff ha generado inquietud en los sectores más belicistas de la nueva administración de Trump. Según varios medios estadounidenses, estos temen que el enviado actúe con “demasiada rapidez” en aliviar la presión sobre Teherán en busca de un posible acuerdo, lo que podría ser percibido como un debilitamiento de la estrategia de Washington frente a Irán.
Este giro diplomático coincide con las recientes declaraciones del secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, quien durante una audiencia lanzó acusaciones infundadas sobre la naturaleza pacífica del programa nuclear iraní. A pesar de ello, Rubio afirmó que “el gobierno de Estados Unidos debe estar preparado para negociar con Irán”, una declaración que sugiere una disposición a explorar el diálogo como alternativa a la confrontación.
El enfoque de la actual administración contrasta con el del primer mandato de Trump, cuando, bajo la influencia de figuras belicistas como el exasesor de seguridad nacional John Bolton, el presidente impulsó una “campaña de máxima presión”. Esta estrategia, basada en sanciones económicas severas, buscaba llevar a Irán de vuelta a la mesa de negociaciones, pero terminó aislando aún más a la República Islámica y endureciendo su postura.
En este contexto, Trump ha despedido recientemente a figuras como Brian Hook, quien se desempeñó como enviado especial para Irán durante su primer mandato. Según algunas fuentes, la salida de Hook se debió a su insistencia en priorizar la estrategia de presión máxima contra Teherán, incluso antes de considerar alternativas diplomáticas.
Witkoff, actual alto funcionario de Trump para Oriente Medio (Asia Occidental), desempeñó un papel clave en las negociaciones que, bajo la administración de Biden, lograron un alto el fuego en la sitiada Franja de Gaza el pasado domingo. Este acuerdo permitió la liberación de varios prisioneros israelíes, aunque se produce en un contexto de tensiones en el que Israel, que anteriormente se había opuesto a implementar un alto el fuego, parece estar adoptando medidas para dificultar su cumplimiento completo.
El nombramiento de Witkoff evidencia las posturas divergentes sobre Irán dentro de la nueva administración de Trump. Por un lado, están figuras como el propio presidente y su vicepresidente, JD Vance, quienes han declarado en diversas entrevistas que una guerra con Irán no responde a los intereses de Estados Unidos. A este grupo se suman voces como la de Michael DiMino, nuevo alto funcionario de Trump para Asia Occidental en el Pentágono, un exagente de la CIA que ha abogado por “la moderación en el trato con Teherán”. También destaca Elbridge Colby, nominado por Trump para el cargo de subsecretario de Defensa para Política, quien ha advertido sobre los riesgos de emprender cualquier acción militar contra Irán.
En contraste, figuras como el secretario de Estado, Marco Rubio, adoptan una postura más contundente. Rubio reafirmó su compromiso con la contención de Irán durante su audiencia del 15 de enero ante el Congreso, donde indicó que “un Irán capaz de desarrollar armas nucleares, con los recursos y capacidades militares para [lo que describió como] seguir patrocinando el terrorismo y desestabilizando la región, no puede ser tolerado bajo ninguna circunstancia”.
No obstante, la postura inflexible de Marco Rubio hacia Irán podría enfrentarse a la resistencia de algunos estados del Golfo Pérsico que, a diferencia del primer mandato de Trump, han adoptado en los últimos años una actitud más conciliadora hacia Teherán. Estos países parecen estar priorizando la estabilidad regional por encima de las confrontaciones directas con la República Islámica.
Por otro lado, los sectores más belicistas en Washington tienden a subestimar las capacidades defensivas de Irán y su habilidad para responder con fuerza a cualquier ataque, lo que constituye un grave error de cálculo. En el último año, los intercambios de ataques entre Irán e Israel han dejado en evidencia el creciente poderío militar de Teherán y su capacidad de represalia. Un ejemplo significativo ocurrió el pasado 1 de octubre, cuando Irán lanzó un ataque coordinado con misiles y drones contra Israel. La ofensiva logró sortear las avanzadas defensas aéreas israelíes, provocando considerables daños materiales y alimentando una sensación de inseguridad.
A pesar del ataque israelí, las defensas aéreas de Irán permanecen mayoritariamente intactas, respaldadas por sistemas avanzados desarrollados a partir de tecnología rusa y china En los últimos ejercicios militares, Teherán ha exhibido su capacidad de reacción ante posibles agresiones, llevando a cabo simulaciones de ataques aéreos y revelando la existencia de nuevas “ciudades de misiles” subterráneas, además de drones y misiles de última generación. Estas demostraciones dejan un mensaje claro: Irán está preparado para responder de manera contundente ante cualquier ataque.
En conclusión, la administración Trump refleja la coexistencia de perfiles diversos, que van desde los sectores más belicistas hasta aquellos que apuestan por una política de contención. Sin embargo, el objetivo común que los une es evidente: preservar la influencia de Estados Unidos en Asia Occidental y manejar las tensiones con Irán desde una posición de fuerza que reafirme su hegemonía regional.
Por su parte, la República Islámica, a pesar de su resistencia ante las presiones externas, ha reiterado su disposición a encontrar una solución negociada. Eso sí, cualquier diálogo deberá respetar sus líneas rojas y desarrollarse sin coacciones, manteniendo intactos los principios fundamentales que guían su política exterior.