Por: Masud Jalili *
El hombre que, no hace mucho, se jactaba de haber “destruido completamente” las capacidades nucleares de Irán, ha, en una tranquila pero significativa confesión, deshecho esa fanfarronada.
En una entrevista con Fox el 15 de agosto de 2025, el presidente de Estados Unidos admitió que “no quería incluir la aniquilación” de las instalaciones nucleares iraníes en sus autoproclamados triunfos militares.
“Porque no lo considero necesariamente concluyente”, dijo. Este matiz no es una simple nota al pie. Es la confesión descarnada de que la “aniquilación estratégica” se desplomó en la incertidumbre en el momento en que los hechos independientes y las filtraciones perforaron la narrativa.
Esto no es teatro político. Es la visible fractura de un manual occidental que ha funcionado durante décadas, con el maximalismo público trabajando en conjunto con la ambigüedad privada.
Washington y sus aliados en el crimen han confiado durante décadas en operaciones encubiertas, sabotajes dirigidos, invasiones militares y titulares dramáticos para crear la impresión de una resolución definitiva.
Sin embargo, esa impresión ha quedado varias veces por detrás de la realidad. El patrón —desde planes encubiertos fallidos hasta ciber-guerra y asesinatos— no ha logrado producir los resultados deseados. La nueva retirada de Trump es prueba de que la antigua autoconfianza se está deshilachando.
Miren solo la semana reciente. Tras la cumbre de Alaska y la entrevista con Sean Hannity de Fox, los portavoces y funcionarios de seguridad de EE.UU. se vieron manejando líneas contradictorias: afirmaciones presidenciales de éxito casi total; filtraciones de inteligencia que ya indicaban solo un retroceso limitado en el programa nuclear de Irán; y un Departamento de Estado que respondía a los reporteros con evasivas cuidadosas, en lugar de pruebas concluyentes.
Esta coreografía confusa —un estallido público seguido de puertas cerradas y salvedades— expone una grieta evidente en la tan alabada armadura de Washington. Donde hay humo, pero no fuego verificado, la afirmación de “aniquilación” se convierte en una admisión de fracaso.
Una historia de fracasos
La historia ofrece el modelo. Stuxnet, la célebre ciberarma, fue un triunfo de titulares en 2010, pero no detuvo el programa nuclear pacífico de Irán.
Tampoco lo hizo el asesinato del principal científico nuclear Mohsen Fajrizade en 2020, ni muchos otros antes que él, para frenar el programa nuclear de Irán. Solo se expandió y floreció.
Estos son solo algunos ejemplos, pero cada episodio debe recordarnos: el sabotaje solo puede imponer costos, no la capitulación.
La utilidad política de la “aniquilación” es potencialmente inmediata: ayuda rápidamente a arrojar un aura de justificación en torno a las tácticas arriesgadas, podría movilizar a audiencias internas, y podría avanzar significativamente en la normalización de medidas coercitivas.
Pero la credibilidad estratégica requiere efectos verificables: destrucción física de capacidades donde la restauración sea imposible o prohibitivamente costosa.
Las filtraciones y evaluaciones independientes publicadas en junio mostraron que los ataques de EE.UU. solo habían retrasado el trabajo de enriquecimiento de uranio pacífico de Irán por meses, no por años.
Si la propia comunidad de inteligencia de Washington no puede ponerse de acuerdo sobre la permanencia del daño, entonces la afirmación política se convierte en la única moneda —y la moneda política es efímera.
Teherán, por su parte, no ha estado inactivo durante la larga historia del sabotaje occidental y la agresión militar directa. El sabotaje repetido y los asesinatos dirigidos han fortalecido la determinación de continuar el camino de los científicos mártires.
Un ataque relámpago de saboteadores contra la instalación nuclear de Natanz, en el centro de Irán, en 2021, por ejemplo, llevó a inversiones en alternativas y seguridad operativa. Los servicios de inteligencia de Irán también han interrumpido repetidamente redes hostiles y confiscado armamento vinculado a agencias de espionaje extranjeras.
Cuanto más dramático sea el intento externo de coerción, más Teherán ha acelerado las medidas protectoras alrededor de sus instalaciones nucleares, transformando la agresión en resiliencia.
Esta es la paradoja del sabotaje coercitivo: puede alarmar momentáneamente a la población, pero también puede reforzar la unidad nacional y la improvisación técnica.
¿Cómo debe percibirse la ambigüedad de Trump?
Entonces, ¿cómo deben percibir los individuos orientados a la política y los medios de comunicación de resistencia los últimos comentarios de Trump?
Primero, como prueba de fracaso, no como mera casualidad. Las proclamaciones públicas de “aniquilación” requieren corroboración; su ausencia es una victoria probatoria para Teherán.
Segundo, como una condena moral. Una “superpotencia” que infló los resultados del campo de batalla para ocultar los límites es una “superpotencia” que pierde coherencia estratégica.
Tercero, como doctrina: La disuasión en el siglo XXI no es solo la capacidad de golpear, sino la capacidad de sobrevivir y adaptarse después de eso. La resiliencia de Irán es algo que todos pueden ver hoy.
Conclusiones estratégicas cruciales para Teherán
Uno, nunca permitir que el adversario convierta la ambigüedad en intimidación.
Cuando las palabras de Washington vacilan, la verdad es clara: la duda ha penetrado en el guion imperial. Fechas, sitios y métricas se desvanecen en el silencio porque el sabotaje solo retrasa, no derrota.
Incluso Fox, tras la cumbre de Alaska, se apresuró a irse a Ucrania y dejó que la afirmación de “aniquilación” se pudriera en las sombras. Pero el silencio es complicidad. Un ataque no puede ser juzgado por comunicados de prensa o frases sonoras. Debe resistir la prueba de la evidencia, la historia y el escrutinio.
De acuerdo con ese estándar, las fanfarronadas del enemigo colapsan en nada más que ruido.
Dos, transformar cualquier vulnerabilidad probable en disuasión, y luego difundirla debidamente y con justicia.
Publicar las redes desmanteladas, exhibir las redes capturadas y proyectar las adaptaciones defensivas bien ganadas —no para presumir, sino para desacreditar los cálculos de costo—beneficio del enemigo.
Por lo tanto, tales admisiones deben usarse para reforzar la doctrina, exponer el engaño, consolidar la recuperación y desarrollar una disuasión que imponga respeto.
El enemigo puede lanzar bombas. Nosotros responderemos con convicción paciente y justa, así como con una defensa legítima y una reconstrucción. Tal reconstrucción que el ministro de Asuntos Exteriores de Irán, Seyed Abás Araqchi, sugirió alguna vez que superaría las peores pesadillas de los enemigos.
“Las instalaciones y los edificios se levantarán de nuevo con el tiempo, restaurados con mayor grandeza y fortaleza, aunque tome años”, escribió el principal diplomático iraní en una publicación de Instagram el 28 de junio, después de asistir al funeral de aquellos mártires durante la guerra israelí-estadounidense no provocada de 12 días.
“Irán, mi patria y mi ser, es una tierra ajena a la palabra ‘rendirse’”.
A la audiencia regional y al público iraní
La propaganda de “triunfo” siempre puede tentar a uno a acobardarse. Pero este momento es una prueba de discernimiento estratégico.
La verdadera fuerza radica en la capacidad de absorber golpes, reparar y convertir la agresión en ventaja política y defensiva.
La historia post-revolución islámica de Irán demuestra esta dinámica: cada intento externo de interrumpir o destruir ha sido respondido con una mayor resolución interna.
La confrontación sin claridad es una casa construida sobre arena. Cuando el presidente vacila en público, la verdad es simple y clara: la “aniquilación” fue una afirmación, no un hecho.
Cuando se disipe el humo, la historia no recordará el grito de un solo titular, sino el latido largo y constante de una nación que se negó a ser detenida o intimidada.
La jactancia vacilante del presidente de EE.UU. no es, por lo tanto, una grieta en la armadura de Teherán; es un espejo que refleja el agotamiento estratégico de Washington.
* Masud Jalili es escritor y comentarista de asuntos estratégicos con sede en Teherán.
Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.