Publicada: jueves, 2 de enero de 2025 21:22

El mártir general iraní Qasem Soleimani imaginó una Asia Occidental donde la Resistencia pudiera echar raíces, crecer e inspirar.

Por: Nahid Poureisa *

Han pasado cinco años, pero los ojos permanecen bien abiertos, los oídos atentos, como si se esperara nuevamente la terrible noticia: que el alma del héroe antiterrorista, por siempre unida a la tierra que luchó por defender, ha regresado a ella.

La tierra que purificó, paso a paso, de la mancha de las botas extranjeras. El tiempo parece haberse detenido a las 1:20 a.m. de 2020, ese momento en que lo impensable se convirtió en realidad, un momento que mi corazón se resiste a revivir.

Es difícil separar las emociones del análisis, al menos cuando se trata de resistencia, cuando se trata del guerrero y líder. La resistencia no es simplemente una estrategia o una ideología; es una fuerza viva y respirante, un fuego que moldea la voluntad de luchar, persistir y triunfar.

En 2000-2001, el querido comandante comenzó a caminar por colinas, montañas y tierras, fortificando espíritus. Tomó una decisión monumental: trascender las fronteras de su patria y llevar el espíritu revolucionario de la Revolución Islámica a toda Asia Occidental.

Esta región, ubicada en una encrucijada, necesitaba la fuerza de esa revolución y su esperanza perdurable para elevarse y resistir. Él imaginó una Asia Occidental donde los valores de la Resistencia pudieran echar raíces, crecer e inspirar.

Su objetivo era trascender el mero sentimiento, forjar una fuerza tan profunda que reconfigurara la historia misma. Sus pies trazaron caminos donde no existían, sus manos desmantelaron las murallas impuestas por otros.

 

Era un hijo de la gran revolución, pobre en riqueza pero inmensamente rico en fe y patriotismo. Privilegiado más allá de medida, se convirtió en un revolucionario, una fuerza de cambio que, en cuestión de años, fusionó la defensa de su revolución, su tierra y su alma en una entidad inseparable.

Para el general Qasem Soleimani, conocido como “Hach Qassem”, la tierra y el alma eran indistinguibles.

Hablar de él no es tarea fácil. Siempre es difícil, pero más aún en la víspera del día en que su sangre regresó a la tierra. Es aún más difícil escribir sobre él en cualquier idioma que no sea el persa, el idioma que hablaba, el idioma que amaba, el idioma de su hermano Ahmad.

Ahmad, con quien compartió el idioma del cielo, el que anheló surcar desde el primer día, el que lloró con él y por él, desde lo más profundo de su corazón.

Tengo una pregunta: ¿realmente hablaban el mismo persa que nosotros? El persa es el idioma de la revolución, pero lo que hacen con esas palabras sacude el núcleo del mundo.

Las palabras se alinean, pero su significado se desliza. Biya —una palabra tan simple: “Ven”. Pero, ¿por qué lloraba el mártir mientras la pronunciaba? ¿Por qué cada acción dentro de esta Resistencia lleva un significado tan profundo, una responsabilidad tan abrumadora?

¿Qué tanto cargan? Sin embargo, a pesar del peso, permanecen lo suficientemente livianas para elevarse. Estas palabras, estas emociones, forjan el vínculo sagrado entre el querido comandante y sus hermanos, anclando sus acciones en algo trascendente.

En 2011-2012, Hach Qasem alcanzó un hito revolucionario junto a sus hermanos en Gaza. Por primera vez, se lanzaron misiles Fayr-5 contra objetivos sionistas.

Esto no fue simplemente un acto de guerra; fue el cumplimiento de una promesa. Hach Qasem declaró que la liberación de Palestina era posible y que los hombres de Gaza lo lograrían. Esta promesa data de 2000, y 12 años después, esas palabras tomaron la forma de misiles.

Antes de 2012, en 2006, la Resistencia demostró su determinación, mostrando tanto al enemigo como al mundo que la tierra le pertenece a su sangre, y su sangre le pertenece a la tierra.

La gloriosa victoria en la guerra de 33 días superó las expectativas del enemigo e incluso de la gente en la región. Inyectó confianza y fe en aquellos que creyeron y lucharon por la causa justa.

Luego, en 2012, el lanzamiento de los misiles Fayr-5 marcó un punto de inflexión en la Resistencia de Gaza, revelando sus nuevas capacidades y solidificando toda una cadena de apoyo.

Doce años después, esa cadena solo se ha fortalecido. Esto no es una afirmación vacía destinada a mantener la esperanza; es vital entender esta guerra como una lucha entre los ricos y los pobres, una guerra de clases a escala global: los oprimidos contra la maquinaria del imperialismo.

 

Anoche asistí a un festival de cine en Teherán.

Pero no fue un festival cualquiera, sino uno que obliga al arte a vaciarse, sirviendo no al pueblo sino a los valores capitalistas. Un lugar donde la vacuidad desfiló en la alfombra roja, ondeada por la sangre de los oprimidos en el Sur Global. Un momento donde se abraza y paga la ignorancia blanca. La complicidad en el genocidio se normaliza y se recompensa.

No, este fue diferente. Asistí al Festival Ammar, un encuentro anual que lleva el peso de nuestros valores de resistencia, nuestro hermoso presente e historia, nuestro pasado lleno de luz y nuestro brillante futuro.

Es un espacio donde el arte habla a la humanidad, donde resiste al feo mundo de la dictadura.

Ilumina el lado oscuro de la historia porque se trata de esas almas del lado correcto de la resistencia. Se trata de defender Palestina.

En el Festival Ammar, la gente se reúne para llorar, para darse esperanza y fortaleza unos a otros. Vimos ‘Dar Tadaroke Toofan’, una película sobre la preparación para una tormenta. Una tormenta que trasciende la región, destruyendo la cara hueca del enemigo, desgarrando la casa de la araña.

La película muestra lo que Hach Qasem cimentó para el 7 de octubre, lo que respiró vida, convirtiendo lo que antes parecía imposible en realidad.

En la película, un comandante del Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS) declara: “La victoria sobre el enemigo era imposible. Pero después de Hach Qasem, nada —insisto, nada— fue imposible”. Su presencia redefinió no solo las estrategias, sino toda una ideología de resiliencia.

Hay una pasión ferviente, incluso un rencor, en la forma en que hablan de este hijo de la revolución. La revolución otorga a sus hijos lo que más necesitan: las capacidades que les faltaban, la fe que ahora poseen, la esperanza de romper imposibilidades.

La Revolución Islámica hizo lo imposible posible. Este hijo del abrazo materno tomó ese fenómeno, lo plantó y lo dejó florecer en toda la región.

La región ahora es testigo con ojos implacables: El imperio se está encogiendo, ya no es el pulpo imparable, sus brazos asfixiantes ya no rodean los cuellos del pueblo, matándolos o forzándolos a rendirse.

Esto ya no es el imperialismo en su apogeo; es el imperialismo en declive, una bestia herida, un Drácula sangrante, su agarre debilitado, sus sombras retrocediendo, una bestia desvaneciéndose en el crepúsculo de su reinado.

En su lugar, bebe la sangre de los niños para un consuelo temporal. Pero la sangre de los niños no puede entregar la victoria.

Hace tiempo que se está desangrando y no conoce cura. Lo imposible ha sido hecho posible por la madre revolución y sus hijos. La victoria es inevitable.

Salam Farmandeh (Hola Comandante).

* Nahid Poureisa es una analista iraní e investigadora académica centrada en Asia Occidental.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.