Por: Wesam Bahrani *
El acuerdo de tregua que se supone detendrá la guerra genocida israelí respaldada por Estados Unidos en Gaza ha consolidado el compromiso inquebrantable del Eje de la Resistencia con una doctrina en la que el único resultado posible es la victoria o el martirio.
En esta escuela de pensamiento revolucionario, no existe la rendición ni la capitulación. Y hasta la muerte, no hay humillación.
Esta ideología, profundamente arraigada en la emblemática sublevación del Imam Husein (P) en las llanuras desérticas de Karbala hace siglos, rechaza la sumisión o la rendición en todas sus formas.
Desviarse de este camino significaría levantar banderas blancas, no como símbolos de rendición, sino como los propios sudarios que han envuelto a los mártires palestinos durante los últimos 468 días, unos 47 000 de ellos, en su mayoría niños y mujeres.
Un hombre entrevistado por la televisión local en el corazón de la devastación pronunció palabras que resonarán a lo largo de la historia: “Gaza es Karbala. La Karbala del Imam Husein”.
En la sitiada Franja de Gaza, la Resistencia palestina luchó con un heroísmo incomparable, desafiando probabilidades abrumadoras. Eliminaron a más soldados sionistas en la recta final de esta brutal guerra de 15 meses que al inicio de la misma.
¿Y dónde? Yabalia. Beit Hanun. El norte de la Franja de Gaza, áreas deliberadamente separadas del resto del territorio palestino sitiado durante más de tres meses en un intento bárbaro de someter a la población a través de la hambruna, utilizando la comida como arma.
Sin embargo, en tan solo una semana, decenas, si no cientos, de soldados del régimen israelí encontraron su destino gracias a la Resistencia resurgente. Estos combatientes luchan por una causa mayor y no importa quién esté al mando. Puede ser Ismail Haniya, Yahya Sinwar o cualquier otro.
Abundan los informes que indican que, cualquiera sea la cifra de bajas que el régimen sionista admita públicamente, los números reales son al menos diez veces mayores. Si esta hubiera sido una verdadera batalla cuerpo a cuerpo, no habría habido tregua alguna. El régimen de Benjamín Netanyahu no se habría conformado con nada menos que la eliminación del Movimiento de Resistencia Islámica de Palestina (HAMAS).
El martirio de los líderes de alto rango de HAMAS, Haniya y Sinwar, no hizo nada para frenar el ímpetu de la Resistencia. Los combatientes palestinos continuaron lanzando ataques devastadores y emboscadas, llevando al enemigo a una trampa fatal tras otra.
Mientras tanto, la máquina de guerra sionista, conocida por sus matanzas implacables, intensificó su brutalidad, masacrando mujeres, niños y ancianos con una crueldad mecánica. Esta tregua no fue una concesión, sino la admisión de que la ocupación acepta la derrota y no está en posición de continuar su agresión sin resultados.
HAMAs planeó meticulosamente la operación Tormenta de Al-Aqsa durante un año en secreto. Incluso Irán, el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá) y la Resistencia iraquí no fueron informados de la histórica operación que destrozó la ilusión sionista de invulnerabilidad militar y de inteligencia el 7 de octubre de 2023. Fue un retroceso masivo para el régimen y sus patrocinadores occidentales.
Solo un día después, mientras el régimen israelí lanzaba sus bombardeos masivos, Hezbolá entró en acción, abriendo un frente militar en solidaridad con Gaza. La Resistencia libanesa volcó su fuerza en la lucha, sacrificando su élite, la Fuerza Radwan, así como otros comandantes de alto rango.
Fue el mártir Seyed Hasan Nasralá quien, en su momento, rechazó desafiante una propuesta estadounidense de abandonar la causa palestina, declarando a Washington: “¿Nos ofrecen seguridad mientras Palestina, los palestinos y Al-Aqsa no tienen ninguna? ¡Malditos sean ustedes y su oferta de seguridad!”.
Para Seyed Nasralá, las palabras nunca fueron mera retórica vacía. Hezbolá demostró que el martirio y la victoria están entrelazados, estando hombro con hombro con Gaza en desafío a un régimen sionista en decadencia.
Desde el establecimiento de la entidad sionista, ninguna fuerza había logrado erradicar con éxito a sus colonos, hasta que Hezbolá lo hizo, enviando drones y misiles que sumieron a las ciudades ocupadas de Haifa y Tel Aviv en la oscuridad.
Durante más de un año, la Resistencia iraquí bombardeó sin descanso los intereses sionistas y las bases estadounidenses ilegales en Irak y Siria. En el proceso, también sacrificaron a respetados comandantes militares, soportando oleada tras oleada de ataques aéreos estadounidenses sin flaquear jamás en su campaña militar por Gaza.
Luego llegó el trueno de Irán. Las operaciones Verdadera Promesa 1 y 2 de la República Islámica enviaron un shock sísmico al régimen sionista. El segundo ataque, en particular, estremeció al enemigo de tal manera que Estados Unidos se apresuró a desplegar su propio sistema de defensa de misiles THAAD, una señal inequívoca de la devastación infligida por Irán.
Y luego estuvo Yemen, la nación más empobrecida de la región de Asia Occidental, pero la única nación árabe verdadera que se levantó sin vacilar en apoyo a los palestinos. Demostraron lo que es la verdadera solidaridad árabe.
La postura desafiante de Yemen reafirmó que el Eje de la Resistencia no es una alianza exclusiva, es un llamado abierto a todos aquellos que valoran el honor, la libertad y la dignidad, a quienes creen en la rectitud de la causa palestina tanto en letra como en espíritu.
Es surrealista pensar que hace solo un año, Mohammed Abdul Salam del movimiento popular yemení Ansarolá se reunió con los líderes de HAMAS por primera vez. Hoy, Yemen se ha enfrentado no solo al régimen sionista, sino también a toda la potencia de Estados Unidos y el Reino Unido, golpeándolos a su voluntad.
A pesar de los implacables bombardeos aéreos de estos tres agresores, Sanaa impuso un embargo férreo sobre los barcos israelíes y vinculados a Israel que intentaban atracar en puertos palestinos ocupados. Incluso el ejército yemení llevó la lucha hasta los portaaviones estadounidenses.
Los últimos meses presenciaron una escalada en los ataques con misiles hipersónicos yemeníes, lloviendo devastación sobre Tel Aviv e incluso paralizando las plantas de energía de la ocupación israelí.
Todo esto —cada sacrificio, cada bala disparada, cada misil lanzado— fue por el pueblo indomable de Gaza. Un pueblo que, ante el genocidio, ha escrito una epopeya para los siglos, una epopeya de resistencia, de justicia, de desafío al colonialismo, el apartheid y la barbarie desenfrenada.
El Eje de la Resistencia forjó una fórmula donde la victoria desafió la aniquilación. Dejaron al régimen ocupante desorientado y vulnerable, mientras HAMAS dictaba los términos de la tregua. Mientras tanto, el régimen de Netanyahu tambalea al borde del colapso en medio de la desintegración interna y las protestas.
Y luego, estaba el mundo árabe, un conjunto de regímenes vasallos cuya impotencia fue personificada por las declaraciones vacías de la Liga Árabe.
Reunidos en Baréin, los líderes árabes apelaron patéticamente al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU) para detener la guerra, un movimiento tan desconectado de la realidad que rozaba lo absurdo. ¿Olvidó el secretario general Ahmed Aboul Gheit que el CSNU intentó y fracasó en múltiples ocasiones, sus esfuerzos aplastados por el veto estadounidense?
Como aliados leales de Washington, los estados árabes tenían un inmenso poder de negociación — controlaban vastas reservas de petróleo y gas que podrían haber puesto fin al genocidio de 15 meses en 24 horas si hubieran decidido actuar.
En lugar de suplicar, podrían haber obligado a Egipto a abrir la frontera de Rafah y llenar Gaza con ayuda salvavidas. Las monarquías del Golfo, ricas en petróleo, fácilmente podrían haber tranquilizado a El Cairo, ofreciendo colchones financieros contra cualquier represalia punitiva de Estados Unidos.
Pero no hicieron nada. Eligieron no hacer nada. Y en este contraste tan marcado yace una verdad innegable:
Si un gobernante árabe y Abu Obeida, el portavoz enmascarado de las Brigadas Al-Qassam, hablaran al mismo tiempo, todo el mundo árabe sintonizaría, no para escuchar a sus gobernantes, sino para oír la voz de la resistencia.
Eso por sí solo dice mucho.
Y en algún lugar más allá de este mundo, el mártir Hach Qasem Soleimani, el legendario comandante antiterrorista iraní, está observando y sonriendo mientras la ocupación se desmorona.
* Wesam Bahrani es un periodista y comentarista iraquí.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.