Publicada: lunes, 26 de mayo de 2025 21:24

Desde hace más de un mes, Irán y Estados Unidos mantienen conversaciones discretas para explorar la posibilidad de reactivar el diálogo sobre el programa nuclear iraní.

Por: Xavier Villar

A pesar de años de desconfianza mutua, sanciones crecientes y episodios de tensión, ambas partes han mostrado una voluntad renovada para alcanzar un marco de entendimiento que reduzca las tensiones y refuerce la estabilidad en una región que lleva décadas marcada por conflictos recurrentes.

No obstante, estos esfuerzos diplomáticos enfrentan un importante obstáculo en la postura de Israel, que ha intensificado su retórica y amenazas contra Irán, evidenciando una clara determinación por impedir cualquier acuerdo que reconozca el derecho soberano de Teherán a un programa nuclear con fines pacíficos. La administración estadounidense también expresa preocupación ante la posibilidad de que una acción militar del régimen de Tel Aviv provoque una escalada regional con consecuencias imprevisibles y de largo alcance. 

Para Teherán, estas negociaciones representan una oportunidad legítima para avanzar hacia un acuerdo justo, que reconozca su derecho a desarrollar energía nuclear con fines pacíficos —un derecho respaldado por el Tratado de No Proliferación (TNP) nuclear, del que Irán es parte—. Sin embargo, este proceso está sistemáticamente amenazado por una estrategia israelí que, lejos de buscar soluciones diplomáticas, se fundamenta en la confrontación permanente y la utilización exclusiva del lenguaje de la fuerza.

Este patrón no es nuevo. Durante la negociación del JCPOA, el acuerdo nuclear de 2015 entre Irán y el Grupo 5+1 (EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania), el entonces primer ministro israelí Benjamín Netanyahu declaró que “todos los peligros son pequeños e insignificantes comparados con el peligro que representa la nuclearización de Irán”. Esta declaración sintetiza la postura israelí: una negación total de la posibilidad de un acuerdo que permita a Irán mantener un programa nuclear pacífico, acompañada de una campaña constante para sabotearlo.

La quinta ronda de negociaciones indirectas entre Irán y Estados Unidos, celebrada el 23 de mayo, tuvo lugar en un contexto en el que medios principales citaban fuentes informadas estadounidenses e israelíes que alertaban sobre la preparación de Israel para un posible ataque contra las instalaciones nucleares iraníes. Paralelamente, varios funcionarios israelíes reiteraron e intensificaron sus amenazas, un hecho recurrente que pone en evidencia la estrategia israelí basada en la presión y la intimidación, y que busca dinamitar cualquier vía diplomática.

Esta supuesta prioridad israelí de impedir que Irán acceda a armas nucleares ha servido durante años para justificar una política de presión constante, amenazas y acciones desestabilizadoras en la región. Bajo el pretexto de proteger su seguridad nacional, el Gobierno israelí ha negado sistemáticamente a Irán su derecho soberano al desarrollo científico y tecnológico pacífico, reconocido internacionalmente. Irán, firmante del TNP y sujeto a rigurosos controles internacionales, ha mostrado en múltiples ocasiones disposición para negociar y aceptar mecanismos de verificación. Por el contrario, Israel —que nunca ha firmado el tratado y posee un arsenal nuclear no declarado— actúa bajo una lógica de excepcionalismo que debilita la arquitectura global de no proliferación y socava la estabilidad regional.

Las opciones que se barajan en los círculos de poder israelí —desde imponer un acuerdo a Irán, pasando por un ataque militar— revelan una estrategia profundamente beligerante y carente de interés genuino en la diplomacia o la estabilidad regional. Más allá de propuestas realistas, estas alternativas expresan el deseo de mantener la hegemonía en Asia Occidental mediante el aislamiento y la presión constante sobre Teherán, con un uso sistemático de la fuerza.

Bajo la retórica de un “objetivo estratégico integrado”, lo que en realidad se persigue es una campaña agresiva y sostenida —militar, política y económica— destinada a debilitar al Estado iraní, restringir su influencia legítima en la región y someterlo a una presión constante. Esta lógica, además de plantear dilemas éticos, incrementa la inseguridad colectiva y perpetúa un ciclo de confrontación que ya ha cobrado demasiados costos en la región.

Desde la perspectiva israelí, la solución ideal sería el desmantelamiento total del programa nuclear iraní, conocido como “modelo libio”. Esta fórmula implica la subordinación completa de Irán, una exigencia que Teherán ha rechazado con firmeza y coherencia. A pesar de los intentos por presentar el programa iraní como una amenaza, lo cierto es que Irán ha defendido su carácter pacífico y ha cooperado con organismos internacionales de verificación en varias ocasiones.

Para Irán, la exigencia del desmantelamiento es una línea roja que va más allá de lo estratégico; es una cuestión de dignidad nacional y soberanía. El Líder de la Revolución Islámica de Irán, el ayatolá Seyed Ali Jamenei, ha reiterado que el debate nuclear no es sino una excusa para presionar, aislar y debilitar a la República Islámica con la finalidad última de promover un cambio político en Teherán.

Esta postura encuentra respaldo en precedentes históricos. El caso del exlíder libio Muamar Gadafi, que accedió en 2003 a desmantelar su programa nuclear con la promesa de normalización internacional, solo para ser derrocado años después con la intervención occidental, es una advertencia clara para Irán sobre los riesgos de ceder sin garantías plenas de respeto a su soberanía.

La decisión del presidente Trump de abrir una vía de negociación con Irán ha generado inquietud en Israel, donde existe el temor de que Estados Unidos no respalde un eventual ataque unilateral israelí contra las instalaciones nucleares iraníes, sobre todo ante el riesgo de una escalada regional. Estratégicamente, un ataque israelí sin el apoyo activo estadounidense tendría un impacto limitado, retrasando posiblemente apenas un año el desarrollo del programa nuclear iraní. Las crecientes operaciones militares israelíes no aseguran el éxito en un contexto tan complejo como el iraní; por el contrario, una acción unilateral podría acelerar el programa nuclear de Teherán y complicar la cooperación diplomática con Washington, poniendo en peligro el esfuerzo conjunto para alcanzar un acuerdo.

En este escenario, si no se logra un acuerdo que bloquee el avance de Irán hacia su programa nuclear, y ante la opción de recurrir a la fuerza militar, Israel se vería obligado a coordinar sus acciones con Estados Unidos, aunque esta coordinación no garantice necesariamente la participación activa de Washington en un eventual ataque.

No obstante, la actual postura israelí revela las limitaciones de su estrategia, marcada por una dependencia evidente del respaldo estadounidense para sostener su política agresiva. Esta dinámica evidencia que, lejos de buscar una solución diplomática que ponga fin a años de tensiones, Israel apuesta decididamente por la vía militar, poniendo en riesgo no solo la estabilidad regional, sino también la posibilidad real de un acuerdo negociado que respete el derecho soberano de Irán a un programa nuclear pacífico.

Por eso, en un momento en que la diplomacia muestra señales alentadoras, la comunidad internacional debe estar atenta para evitar que la agenda israelí, centrada en la confrontación y la fuerza, destruya la oportunidad de avanzar hacia una solución negociada que garantice la seguridad y estabilidad en la región.