Publicada: lunes, 25 de agosto de 2025 11:12

La película Tehran, dirigida por Arun Gopalan y protagonizada por John Abraham en el papel principal, intenta sin éxito combinar espionaje, intriga política y dilemas morales en un thriller policial de ritmo acelerado.

Por Suhail Abbas *

Ambientada en el contexto de los asesinatos de científicos nucleares iraníes en Teherán a manos del régimen israelí, la cinta cambia rápidamente de escenario hacia el atentado del 13 de febrero de 2012 contra un vehículo de la embajada israelí en Nueva Delhi.

La explosión, provocada por una bomba magnética, tuvo lugar en una de las zonas más protegidas de Delhi, a menos de una milla de la residencia del primer ministro, y reflejó de forma inquietante los asesinatos selectivos de científicos nucleares iraníes en Teherán.

Apenas un mes antes de la explosión en Delhi, Mostafa Ahmadi Roshan, un joven científico nuclear iraní, fue asesinado cuando un motociclista se acercó a su coche y colocó una bomba adhesiva. Fue el sexto asesinato de este tipo en solo cinco años.

Los operativos del Mossad aprovecharon la ocasión para montar una operación de bandera falsa contra un vehículo de la embajada israelí en Nueva Delhi. Sincronizado perfectamente con incidentes similares en Tailandia y Georgia, el ataque fue orquestado no solo para presentar a Irán como agresor en represalia por el asesinato de Roshan, sino también para entorpecer las relaciones diplomáticas entre India e Irán.

“Irán es el mayor exportador de terrorismo en el mundo”, declaró Benjamín Netanyahu a los miembros de su partido de derecha Likud tras el atentado en Delhi, que, notablemente, no dejó víctimas israelíes.

El ataque fue cuidadosamente diseñado para no herir al personal de la embajada, sino para agitar las tensiones geopolíticas. Pero la historia empezó a desmoronarse cuando la inteligencia india comenzó a desentrañar las capas del caso, revelando un complot mucho más complejo e inquietante de lo que parecía en un inicio.

La película aborda —aunque de manera vaga— la decisión de Nueva Delhi de no continuar con la investigación. Sin embargo, contrariamente a la versión de que un acuerdo gasífero influyó en el desenlace, la verdadera razón fue el reconocimiento de que la situación era mucho más compleja de lo que parecía al principio.

A partir de este punto, la trama se desplaza para seguir a un oficial de seguridad indio atrapado en un laberinto de espionaje internacional. En secreto, colabora con el Mossad en una búsqueda personal para “vengar” la muerte de una joven vendedora de flores india.

Con el fin de moldear la percepción de los espectadores, la película sostiene que las autoridades indias, temerosas de poner en riesgo contratos energéticos vitales con Irán, optaron por archivar discretamente el caso cuando surgieron sospechas sobre la implicación iraní.

El protagonista, interpretado por Abraham, se niega a atender las advertencias y trabaja junto a agentes del Mossad. Su travesía lo lleva de Nueva Delhi a Abu Dabi y, finalmente, a Teherán, donde, con el apoyo del Mossad, se acerca a los supuestos “cerebros” detrás del atentado en Delhi.

Aunque la película presenta al antagonista principal como un iraní presuntamente vinculado al Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI), insiste en la idea de que el ataque fue una represalia de Irán por los asesinatos de sus científicos nucleares a manos del régimen de Tel Aviv.

Si bien la cinta evita culpar formalmente al gobierno iraní, la insinuación es inconfundible: Irán y sus “aliados” fueron los responsables del ataque.

Ese es precisamente el problema. Se trata de una narrativa engañosa, políticamente motivada y ya desacreditada por la falta de pruebas.

Desde el inicio, Israel acusó a Irán y al movimiento de resistencia libanés Hezbolá de orquestar el atentado en Delhi, dado que coincidió con el aniversario del asesinato del reconocido jefe militar de Hezbolá, Imad Moghniyeh, a manos del régimen israelí en Siria.

Teherán y el eje de la resistencia negaron categóricamente su implicación, señalando, en cambio, el historial de operaciones encubiertas y guerra psicológica de Israel, algo que no es ningún secreto. Los propios investigadores indios expresaron dudas, pues no hubo sospechosos ni pruebas que vincularan a Irán.

Uno de los ejemplos más reveladores de manipulación política fue el arresto del periodista indio Syed Mohammad Kazmi. Residente de larga data en Nueva Delhi y corresponsal de un medio iraní, Kazmi fue detenido y acusado de colaborar en el atentado de 2012.

Pasó meses en prisión, solo para ser liberado por falta de pruebas. Su calvario se convirtió en símbolo de cómo la verdad se convierte en víctima cuando la geopolítica se impone, y de cómo periodistas pueden ser falsamente etiquetados como terroristas al servicio de la narrativa israelí.

Sin embargo, la película no menciona a Kazmi, lo cual resulta muy revelador. Al ignorar un caso tan mediático, que ocupó titulares internacionales, deja en evidencia un encuadre selectivo y sesgado de los hechos.

Los personajes y la trama reflejan una tendencia igualmente preocupante: la silenciosa infiltración del Mossad en el relato cinematográfico de Bollywood y su influencia en la forma de narrar la historia.

El protagonista, un oficial de inteligencia indio que desafía a su propio gobierno para colaborar con el Mossad, encarna una visión maniquea en la que la justicia se equipara a Israel, mientras que Irán queda retratado como el villano sombrío.

Su uso de un pasaporte pakistaní falso, su viaje secreto a través de Azerbaiyán y su desobediencia a las órdenes de su país son presentados como actos heroicos. Pero bajo la superficie, estas acciones plantean serias preguntas sobre legalidad, lealtad y la glorificación de conductas al margen de la ley.

El antagonista aparece como un iraní psicológicamente inestable, impulsado por la venganza. Este intento a medias de desvincular al gobierno iraní o al CGRI del ataque hace poco por ocultar el mensaje subyacente de la película: que Irán, directa o indirectamente a través de aliados, es el culpable.

Quizás, al reconocer sus connotaciones controvertidas, Tehran nunca se estrenó en cines en India y, en cambio, fue lanzada discretamente en plataformas de streaming. Su tono apagado y la ausencia de una retórica abiertamente antiraní podrían explicar la falta de reacciones oficiales. Sin embargo, al reforzar una narrativa desacreditada sobre el supuesto papel de Irán en el atentado de Nueva Delhi en 2012, la película incurre en una sutil, pero peligrosa reescritura de la historia: una que sacrifica la complejidad en favor de la conveniencia y la verdad en favor de la ficción política.

Aunque el filme afirma estar “basado en hechos reales”, sus actuaciones mediocres resultan poco convincentes y, de manera aún más preocupante, distorsiona los hechos históricos verificados relacionados con el incidente.

Al presentar la versión israelí del atentado en Nueva Delhi como un hecho, mientras ignora pruebas en contra y acusaciones infundadas como las que enfrentó Kazmi, la película difama injustamente a Irán y simplifica en exceso un caso complejo que, en realidad, fue escrito en Tel Aviv.

Para los espectadores que buscan entretenimiento, ofrece un thriller aburrido. Para quienes se preocupan por la verdad y la justicia, Tehran resulta profundamente problemática: una obra de ficción que se disfraza de historia.

 

* Suhail Abbas es escritor radicado en Nueva Delhi, especializado en cine y cultura.


Texto recogido de un artículo publicado en PressTV.