El conflicto israelo-palestino no parece tener fin pese a que ha sido testigo de varias rondas de negociaciones, todas fallidas, desde la guerra de 1967, para que las partes sellaran un acuerdo de paz que pusiera fin a esta crisis que se inició hace más de 70 años.
El 29 de noviembre del año 1947, la naciente Asamblea General de las Naciones Unidas (AGNU), reunida en Nueva York, con 33 votos a favor, 13 en contra y 10 abstenciones, aprobó la resolución prosionista N°181, que proponía la creación de dos Estados separados, uno árabe y uno judío, con Al-Quds (Jerusalén) administrada por un Consejo de Administración Fiduciaria de las Naciones Unidas.
El germen de la imposición colonizadora de apropiarse de los territorios palestinos se gestó bajo el Mandato Británico de Palestina, cuando el entonces secretario de Asuntos Exteriores británico Arthur Balfour en una infame carta, fechada el 2 de noviembre de 1917, dirigida a Lionel Walter Rothschild, el líder de la comunidad judía británica, le expresó el apoyo incondicional y total de la Corona Británica para “hacer todo lo posible para facilitar el logro de un hogar nacional judío en Palestina”.
Desde entonces se comenzó a encubar la colonización y usurpación de las tierras palestinas, con el plan de su ocupación, orquestado por el sionismo internacional y con el aval de Londres, con la exportación de judíos sionistas europeos a Palestina.
De este modo y años más tarde, los sionistas haciendo valer la Resolución N°181 de la ONU decidieron anunciar el 14 de mayo de 1948 la “creación del estado judío llamado Israel” sobre los terrenos usurpados a los palestinos, con la venia de las potencias internacionales.
Las ansias de dominar un mayor porcentaje del territorio palestino para poner en marcha su “política de colonización” y, así poder controlar los recursos naturales de esta región hicieron que este régimen se lanzara a la conquista de más regiones con una guerra en 1967.
El 5 de junio de 1967 se inició la Guerra de los Seis Días, cuando Israel comenzó la ocupación de la región oriental de Palestina: Cisjordania y el este de Al-Quds (Jerusalén Este), que mantiene hasta hoy, y la Franja de Gaza, así como anexionando territorios pertenecientes a Siria: altos del Golán, El Líbano y Egipto.
Desde entonces, que ya van más de medio siglo, estas tierras están inmersas en una continua espiral de violencia por la fuerte represión que los israelíes ejercen sobre los palestinos para imponer sus planes anexionistas.
Por este motivo y tras la Guerra de los Seis Días, los países occidentales, los mismos que provocaron la aparición de este conflicto, han intentado, en vano, que los palestinos e israelíes llegaran a un acuerdo que diera por finalizada una de las peores crisis humanitaria que el mundo ha sido testigo.
El 22 de noviembre de 1967, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) adoptó la Resolución N° 242 exigiendo a Israel la retirada de los territorios ocupados en la Guerra de los Seis Días y el fin de “todas las situaciones de beligerancia” y el “respeto y reconocimiento de la soberanía, integridad territorial e independencia política de todos los Estados de la zona y de su derecho a vivir en paz dentro de fronteras seguras y reconocidas”, en resumidas palabras, el organismo quiso decir al régimen de Tel Aviv de que debe salir de Cisjordania, Franja de Gaza, la parte oriental de Al-Quds (Jerusalén Este), altos del Golán sirio y la península egipcia del Sinaí.
La desobediencia israelí a esta petición de la ONU condujo a un enfrentamiento armado entre este régimen y los países árabes en octubre del año 1973, más conocido como la Guerra de Yom Kipur.
Tras este enfrentamiento, se cementó las bases de los acuerdos de Camp David entre Israel y Egipto en 1978, cuando el entonces presidente de EE.UU., Jimmy Carter, reunió a su par egipcio Anwar al-Sadat y el primer ministro israelí Menachem Begin, en Washington (capital estadounidense) para celebrar unas negociaciones secretas durante doce días, que dieron sus frutos con la firma de la paz entre ambas partes el 17 de septiembre del mismo año con la devolución de la península del Sinaí a los egipcios.
El 1991, la Conferencia de Paz de Madrid, celebrada en la capital española, fue una tentativa por parte de la comunidad internacional de empezar un proceso de paz entre el régimen de Israel y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), Siria, El Líbano y Jordania.
En esta ocasión, esta iniciativa ideada por el entonces Gobierno socialista de España, presidida por Felipe González, y auspiciada por Estados Unidos y la ahora extinta Unión Socialista de Repúblicas Soviéticas (URSS), proponía el establecimiento de un conjunto de conversaciones bilaterales entre las partes afectadas dos a dos, y un grupo de trabajo multilateral.
En el marco de estas conversaciones dos a dos, Jordania e Israel sellaron una especie de paz, mientras que Siria y El Líbano mantuvieron varios contactos con los israelíes, pero sin llegar a un buen puerto. Desde entonces, estos dos países árabes no han tenido más reuniones con el régimen usurpador.
Dos años después, las autoridades israelíes y palestinas de OLP firmaron una serie de convenios en el marco de los Acuerdos de Oslo de 1993, destinados a ofrecer una solución permanente en el conflicto palestino-israelí.
En el documento se recogía la retirada de las fuerzas israelíes de la Cisjordania ocupada, de la Franja de Gaza, así como la creación de un Gobierno autónomo palestino basado en las resoluciones 242 y 338 del CSNU. A día de hoy, los israelíes siguen ocupando los territorios palestinos ya mencionados antes.
La comunidad internacional desde 1993 se ha esforzado para acabar con el conflicto israelo-plaestino, pero sin que lograra algún avance en concreto.
Con la llegada de Donald Trump al poder en 2017, EE.UU. de nuevo se ha propuesto a sentar a las autoridades palestinas e israelíes en torno a una mesa de negociación que encamine a unos diálogos constructivos que concluyan en un acuerdo definitivo de paz.
Para que esta dura empresa sea una realidad, el presidente estadounidense empezó a tantear desde hace tres años a la comunidad global con su iniciativa llamada “acuerdo del siglo”, que supuestamente en busca de la paz duradera plantea unos términos muy ventajosos para ambas partes.
Empero y mientas ultimaba su propuesta con sus asesores prosionistas, al magnate neoyorquino no se le ocurrió otra cosa mejor que reconocer a Al-Quds como capital del régimen israelí en 2017 y trasladar a la embajada norteamericana de Tel Aviv a esta santa ciudad un año después, así como, el reconocer la “soberanía” israelí sobre los altos del Golán sirios en 2019.
Ayer martes, el líder republicano arropado por sus más fieles halcones prosionistas de EE.UU., por fin presentó su polémico “acuerdo del siglo” en compañía del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y sin que ninguna autoridad palestina estuviera presente en el acto celebrado en la Casa Blanca, ya que, desde Palestina rechazan categóricamente esta propuesta por considerar que solo alberga las exigencias del régimen de Tel Aviv sin contar los reclamos de los palestinos.
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De aquí en adelante, habrá que estar expectantes para ver cómo sucederán los acontecimientos en torno a este último episodio del conflicto israelo-palestino.
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