Por Ivan Kesic
Dos familias —los Nixon y los Pahlavi—, cada una marcada por la impopularidad en sus respectivos países debido a la corrupción de sus patriarcas, han encontrado causa común en el revisionismo histórico y la promoción de regímenes desacreditados y políticas fracasadas.
La Fundación Richard Nixon se ha convertido en los últimos años en una entusiasta promotora de Reza Pahlavi, hijo del depuesto monarca iraní instalado por Occidente —Mohamad Reza Shah Pahlavi— y aspirante a “príncipe heredero” con ambiciones autocráticas similares a las de su padre.
Esta organización con sede en California, dedicada a la memoria del expresidente estadounidense Richard Nixon, funciona como un punto de encuentro para figuras republicanas y conservadoras que idealizan con nostalgia la era Nixon, la cual terminó con su vergonzosa renuncia en agosto de 1974.
En sus plataformas digitales y redes sociales —a menudo inundadas con interacciones sospechosamente automatizadas—, la fundación se recrea en imágenes nostálgicas del supuesto pasado “glorioso” de Irán, con fotografías de Nixon y Pahlavi, considerado ampliamente su marioneta, paseando con familiaridad por Teherán o Washington.
Reza Pahlavi, ahora asiduo invitado a los actos de la fundación y presencia habitual en sus medios, se ha sumado a este relato edulcorado, lamentando una era que muchos consideran opresiva.
Juntos, ambos clanes glorifican a dos de los personajes más controvertidos y polarizantes del siglo XX que gobernaron sus respectivas naciones.
Vínculo familiar: los Pahlavi y los Nixon
En octubre de 2024, Pahlavi y su madre fueron condecorados con el denominado Premio Arquitecto de la Paz de la Fundación Richard Nixon —otorgado desde 1995 a personas que, según la fundación, encarnan el presunto “objetivo vitalicio de Nixon de moldear un mundo más pacífico”.
Sin embargo, el supuesto espíritu pacifista del galardón queda en entredicho al observar sus anteriores destinatarios, una lista de prominentes promotores de guerras modernas: George W. Bush, Michael Pompeo, Donald Rumsfeld, Henry Kissinger y Joseph Lieberman, todos figuras clave en conflictos globales, invasiones y guerras prolongadas.
Resulta irónico que la familia Pahlavi recibiera el galardón por “cuatro décadas de defensa de la libertad religiosa, la gobernanza democrática y los derechos humanos en Irán”, una afirmación plagada de contradicciones.
El supuesto “pacificador” Reza Pahlavi ha respaldado abiertamente ataques terroristas estadounidenses e israelíes contra ciudadanos iraníes, ha abogado por levantamientos violentos y ha defendido las sanciones ilegales y asfixiantes impuestas durante la era Trump, que afectaron a la población civil.
Aspira a acelerar el colapso del sistema político iraní y allanar el camino para una restauración monárquica con él mismo al mando —una fantasía, según observadores regionales.
En los últimos dos años, Pahlavi también se ha distinguido como ferviente defensor del régimen sionista y sus devastadoras campañas genocidas en Gaza, que han cobrado decenas de miles de vidas inocentes, en su mayoría mujeres y niños.

En su intervención tras recibir el premio de la fundación, Reza Pahlavi destacó el vínculo personal entre las familias Nixon y Pahlavi, evocando la lealtad del expresidente estadounidense durante su exilio y su asistencia al funeral del Shah en 1980.
Alabó a Nixon como un gran visionario, un maestro de la política global y un verdadero amigo de Irán, al tiempo que —como era de esperarse— ensalzaba sin reservas a su padre y su régimen autoritario.
Sin embargo, la historia no recuerda a Nixon por su visión o virtud, sino por el escándalo y la corrupción —especialmente por el escándalo de Watergate en 1972, que desembocó en su renuncia dos años después.
En EE.UU., según numerosas encuestas, Nixon figura de forma constante entre los presidentes peor valorados de la historia del país, y es considerado por muchos como el peor presidente del siglo XX.
Lejos de ser un pacificador, su firme apoyo al régimen israelí durante la guerra de Yom Kipur en 1973 desató tensiones con la Unión Soviética, generando la confrontación más peligrosa de la Guerra Fría desde la crisis de los misiles en Cuba.
En el contexto iraní, Nixon desempeñó un papel central en el golpe de Estado de 1953 que derrocó al gobierno democrático del primer ministro Mohamad Mosadeq e instauró una dictadura.
Fue clave en el sostenimiento del régimen brutal del Shah, caracterizado por el despilfarro en armamento occidental, el desvío de la riqueza nacional hacia bancos estadounidenses y, finalmente, su huida al exilio en el mismo país que consolidó su poder.
¿Qué es la Fundación Richard Nixon?
La Fundación Richard Nixon se presenta como una “organización sin fines de lucro” ubicada en la Biblioteca y Museo Presidencial Richard Nixon, en Yorba Linda, California.
Fundada en 1983 por el propio Nixon, el 37.º presidente de Estados Unidos, su objetivo es “preservar y promover su legado” mediante programas educativos, exposiciones históricas y eventos conmemorativos.
Según su sitio web, la fundación se dedica a impulsar su “visión de liderazgo” y fomentar el debate sobre su presidencia y su impacto en la política estadounidense y mundial.
Opera la Biblioteca Nixon en asociación con la Administración Nacional de Archivos y Registros (NARA), que asumió su gestión en 2007 e integró el recinto al sistema federal de bibliotecas presidenciales.
La fundación está dirigida por una junta de 27 miembros, que incluye a familiares de Nixon, exfuncionarios de su administración y figuras destacadas del ámbito cívico y empresarial, muchas de ellas del sur de California.
Aunque su web la describe como una “institución apartidista y sin fines de lucro”, varios elementos indican una inclinación hacia perspectivas conservadoras o alineadas con el Partido Republicano.
Nixon fue una figura republicana prominente, presidente entre 1969 y 1974 y vicepresidente entre 1953 y 1961 bajo la administración de Dwight D. Eisenhower, también republicano.
El énfasis de la fundación en su legado naturalmente se alinea con las políticas y principios de su gobierno, que siguen resonando entre sectores conservadores.

La junta directiva de la Fundación Richard Nixon incluye a individuos con fuertes vínculos con la política republicana, como el exasesor de Seguridad Nacional Robert C. O’Brien, figura clave en los círculos de política exterior del Partido Republicano; David Tukey, exasesor de campaña de John McCain; y Monica Crowley, quien sirvió en varias administraciones republicanas.
La fundación organiza eventos como la Grand Strategy Summit (Cumbre de Gran Estrategia), que frecuentemente presenta a expertos en seguridad nacional de tendencia conservadora, incluidos personajes controvertidos como el exsecretario de Estado Mike Pompeo.
Este encuentro, celebrado anualmente, reúne a especialistas en política exterior estadounidense, con un enfoque particular en China, Rusia, Irán y Asia Occidental.
Asimismo, programas como el Seminario Nixon y el Ciclo de Conferencias de Oradores Distinguidos han contado predominantemente con figuras vinculadas al conservadurismo y al Partido Republicano.
La fundación acepta donaciones deducibles de impuestos y ofrece programas de membresía que otorgan acceso a eventos exclusivos, como recepciones VIP con conferencistas de alto perfil.
Una donación destacada de 20 millones de dólares por parte del gobierno de Catar en 2023 financió la creación de una nueva sala de exposiciones educativas, destacando la creciente influencia de la fundación en la política de Asia Occidental.
¿Cómo trató Richard Nixon a Irán?
Preservar el legado de Nixon, como pretende la fundación, implica —entre otras cosas— justificar, glorificar y promover su política exterior hacia Irán, por demás controvertida.
La relación entre Nixon y Mohamad Reza Pahlavi, el último dictador iraní respaldado por Occidente, representa una de las alianzas más estrechas de la Guerra Fría entre un presidente estadounidense y un líder extranjero.
Su vínculo estuvo caracterizado por una cooperación estratégica, afinidad personal e intereses mutuos, aunque también estuvo marcado por controversias que desembocarían finalmente en la gloriosa y popular Revolución Islámica de 1979.
Nixon conoció a Pahlavi en 1953, cuando aún era vicepresidente bajo Dwight D. Eisenhower, poco después del golpe de Estado respaldado por EE. UU. que derrocó al primer ministro Mohamad Mosaddeq y restituyó el poder absoluto del Shah.
Washington veía al Shah como un aliado proestadounidense y anticomunista, una pieza clave en una región crucial mientras las tensiones con la Unión Soviética aumentaban, situando a Irán en la primera línea del tablero geopolítico de la Guerra Fría.
Durante su visita presidencial a Teherán en 1972, Nixon y su asesor de Seguridad Nacional, Henry Kissinger, sellaron un acuerdo conforme a la llamada Doctrina Nixon, que promovía que los aliados regionales asumieran mayores responsabilidades militares.

Como parte del acuerdo, Estados Unidos otorgó a Irán acceso ilimitado a armamento estadounidense avanzado —salvo armamento nuclear— y, a cambio, Pahlavi accedió a desempeñar el papel de "gendarme" de EE. UU. en el Golfo Pérsico, asegurando la hegemonía estadounidense y contrarrestando la influencia soviética.
Este pacto generó una expansión masiva del arsenal iraní, convirtiendo al país en el mayor comprador de armas estadounidenses en los años 70. Paralelamente, agudizó la represión paranoica contra opositores políticos que desafiaban el régimen dictatorial del Shah.
Durante varias crisis clave, Pahlavi demostró ser un aliado vital para Nixon. En la crisis petrolera de 1973, como figura destacada de la OPEP, el monarca garantizó que Irán no embargara petróleo a EE. UU., a diferencia de Arabia Saudita.
Además, depositó mil millones de dólares en bancos estadounidenses para estabilizar el dólar en medio de turbulencias económicas, y su brutal policía secreta, SAVAK, colaboró estrechamente con la CIA.
El lobby de Nixon a favor del Shah
Tras la dimisión de Nixon en 1974, Gerald Ford mantuvo sin reservas el respaldo a Pahlavi. Sin embargo, el apoyo condicionado de Jimmy Carter comenzó a erosionar la legitimidad del régimen.
Cuando estalló la Revolución Islámica en 1978–79, Estados Unidos abandonó inicialmente al Shah, negándole asilo hasta que sus aliados cercanos, Nixon y Kissinger, ejercieron presión a su favor.
Tras la muerte del Shah en el exilio en 1980, Nixon culpó a Carter por la “pérdida” de Irán.
Muchos historiadores destacan el carácter corrupto de Nixon y sugieren que su apoyo a Pahlavi fue más producto del interés personal que de una auténtica amistad. Consciente de las fortunas del Shah resguardadas en bancos estadounidenses, Nixon seguía viéndolo como un activo valioso, una “vaca lechera”.
Pese a su estrecha relación —sellada mediante el intercambio de cartas y elogios mutuos—, Nixon continuó glorificando al Shah incluso tras el colapso de su régimen.
Tanto Nixon como Kissinger ignoraron deliberadamente la brutal represión del régimen, incluidas las torturas perpetradas por la SAVAK, priorizando sus intereses en el marco de la Guerra Fría.
En sus memorias, Nixon llegó a afirmar que el Shah “debería haber sido aún más despiadado”.
En una entrevista posterior —difundida por la propia Fundación Nixon en redes sociales—, un periodista le preguntó a Nixon si realmente creía que el Shah debió haber sido más brutal. A pesar de las referencias del periodista a la represión, la tortura y el contraste entre la opulencia del monarca y la pobreza del pueblo iraní, Nixon ratificó su postura: “Sí, lo creo”.
Intentó justificar su opinión alegando que el dictador “condujo a Irán hacia el progreso” y que los revolucionarios lo habían “devuelto a la Edad Oscura”.
Esta narrativa ha quedado profundamente arraigada en ciertos círculos políticos estadounidenses, como también lo evidencian recientes declaraciones del expresidente Donald Trump, que analistas califican de ingenuas.
La Fundación Richard Nixon promueve con orgullo estas declaraciones controvertidas, incluyendo la afirmación de Nixon de que “no habría permitido una revolución en Irán si él hubiese estado en el poder”.
El sitio web de la fundación incluso se refiere a la dictadura de los Pahlavi como “la edad dorada de Irán”, una frase que distorsiona la realidad y que ha sido largamente usada por los monárquicos y sus aliados sionistas.
Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.