Publicada: miércoles, 5 de noviembre de 2025 15:51

El dueño del Manchester City, Sheij Mansur, es acusado de financiar al grupo responsable del genocidio en Sudán mientras limpia su imagen con el fútbol.

Por: Ivan Kesic

El deslumbrante éxito del Manchester City, club de la Premier League británica, contrasta con la devastación que asola Sudán, donde se desarrolla un genocidio con el respaldo, tanto abierto como encubierto, del propietario del equipo.

Sheij Mansur bin Zayed Al Nahyan, multimillonario y vicepresidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), ha sido acusado de canalizar en secreto armas, dinero y apoyo logístico hacia las Fuerzas de Apoyo Rápido (FAR), la temida milicia responsable de atroces crímenes de guerra contra el pueblo sudanés.

Esta relación —revelada por informes de inteligencia estadounidense, documentos de la ONU y múltiples investigaciones independientes— expone a un hombre de doble vida: un magnate deportivo admirado en público y un patrocinador silencioso de crímenes de guerra en la sombra.

Aunque los Emiratos Árabes Unidos continúan negando toda implicación directa en la crisis sudanesa, la creciente evidencia apunta a un esfuerzo coordinado, en el que las redes de Mansur contribuyen a mantener la ofensiva militar de las FAR, una campaña de brutalidad que ha dejado más de 150 000 muertos y 12 millones de desplazados en el país africano desde abril de 2023.

La reciente toma de El Fasher por parte de las FAR —donde miles de civiles fueron asesinados en cuestión de días— ha intensificado el escrutinio sobre el papel de los Emiratos en la masacre, incluyendo la influencia directa de Mansur.

El plan emiratí para el genocidio en Sudán

Bajo la dirección de su élite gobernante, los Emiratos Árabes Unidos se han erigido en el principal aliado internacional de la milicia sudanesa, proporcionándole el apoyo militar y financiero necesario para llevar a cabo una campaña de limpieza étnica.

Este respaldo no es pasivo, sino parte de una estrategia activa y deliberada para alcanzar los objetivos geopolíticos y económicos de los Emiratos en el Cuerno de África, donde las enormes reservas de oro de Sudán y su costa estratégica en el mar Rojo representan trofeos codiciados.

Las FAR, herederas de las milicias yanyauid responsables del genocidio de Darfur en los años 2000, han utilizado el apoyo emiratí para sembrar el terror, dirigiendo sus ataques especialmente contra grupos étnicos no árabes, como los Masalit.

La caída de El Fasher, a finales de octubre de 2025, es un testimonio macabro de esa alianza: combatientes de las FAR, respaldados por armamento e inteligencia de los Emiratos, y con el beneplácito de potencias occidentales, asesinaron entre 1500 y 5000 civiles en apenas 48 horas.

Los supervivientes relataron escenas de horror inimaginable: ejecuciones masivas en calles y viviendas, niños llorando sobre los cadáveres de sus madres bajo el sol del desierto.

Las FAR atacaron sistemáticamente hospitales y ejecutaron sumariamente a civiles que intentaban huir, mientras la Oficina de Derechos Humanos de la ONU registraba indicios claros de asesinatos por motivos étnicos.

Esta operación siguió a un asedio prolongado que había creado condiciones humanitarias extremas. Tras la matanza, unos 750 niños huyeron solos de la ciudad y más de 36 000 civiles fueron desplazados, enfrentando hambruna y desnutrición aguda.

El apoyo emiratí no se limita a esta batalla: forma parte de una campaña sostenida que incluye el contrabando de armas mediante vuelos de carga a través del aeropuerto de Bosaso, en Somalia, en abierta violación del embargo de armas de la ONU.

Las investigaciones han revelado que sistemas de puntería de fabricación británica, producidos por la empresa galesa Militec, así como motores de vehículos blindados fabricados en los Emiratos, han sido encontrados en los campos de batalla de Jartum y Omdurmán.
Aun después de que surgieran pruebas de su desvío hacia Sudán, el gobierno británico siguió concediendo licencias de exportación de estos productos a los EAU.

A esta ruta armamentística se suma una vía financiera paralela, en la que el dominio emiratí sobre el comercio del oro sudanés —cuyas exportaciones se dirigen mayoritariamente a Dubái— sirve para blanquear las ganancias del RSF y financiar sus operaciones militares.

La implicación de los Emiratos Árabes Unidos es tan profunda que Sudán ha presentado una demanda ante la Corte Internacional de Justicia, acusando a la nación del Golfo de ser la fuerza motriz detrás del genocidio y de violar la Convención sobre el Genocidio mediante su apoyo a las RSF.

El imperio en la sombra de Sheikh Mansour

En el epicentro de esta tormenta geopolítica se encuentra Sheikh Mansour bin Zayed Al Nahyan, cuyas funciones oficiales como vicepresidente y vice primer ministro de los Emiratos Árabes Unidos, así como presidente de poderosos fondos soberanos de inversión, le brindan la cobertura perfecta para llevar a cabo actividades de carácter controvertido.

Agencias de inteligencia estadounidense han interceptado múltiples llamadas telefónicas entre Mansur y Mohamed Hamdan Dagalo, alias Hemedti, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, en las que discutieron transferencias de armas y estrategias militares, identificando a Mansur como el aliado más estrecho de Hemedti dentro del gobierno emiratí.

Esta comunicación directa pone de manifiesto su implicación personal en la coordinación del apoyo a la milicia sudanesa y su complicidad directa en el genocidio en curso.

Su red de influencia está acusada de operar un entramado de empresas pantalla que facilitan la financiación y el tráfico de armas, utilizando incluso organizaciones benéficas bajo su control para contrabandear drones, armamento y equipos militares hacia la milicia bajo el disfraz de ayuda humanitaria.

Entre estas actividades se incluye la financiación de hospitales del RSF en Somalia, destinados a tratar a combatientes heridos, difuminando deliberadamente los límites entre la asistencia humanitaria y la atrocidad bélica.

El perfil empresarial de Mansour constituye un ejemplo paradigmático de la fusión entre intereses estatales y privados. Como presidente de la Emirates Investment Authority y vinculado al Emirates Development Bank, dispone de un poder financiero inmenso y opaco, con escasa rendición de cuentas.

Su propiedad del Manchester City, adquirida en 2008, es el pilar central de una sofisticada estrategia de sportswashing, diseñada para blanquear la reputación internacional de los Emiratos Árabes Unidos y desviar la atención de su política exterior destructiva. Según diversos analistas, esta estrategia ha resultado sumamente eficaz, transformando al club en una marca global con más de 100 millones de aficionados.

Más allá del fútbol, sus intentos de adquirir medios de comunicación como The Telegraph en el Reino Unido, y su implicación en escándalos financieros de gran magnitud, como su papel oculto en el colapso de NMC Health, revelan un patrón de búsqueda de influencia y opacidad sistemática.

Sus suntuosos bienes personales —entre ellos, un mega-yate de 500 millones de libras y una mansión en España valorada en 42 millones— se financian con el mismo sistema acusado de alimentar un genocidio.

Esta interconexión entre privilegio real, autoridad estatal y negocios globales ha creado una estructura de poder que permite a Mansur redirigir la riqueza soberana de su país hacia objetivos geopolíticos estratégicos con mínima supervisión, haciendo de su papel en la guerra de Sudán una extensión directa de su posición dentro del aparato de poder emiratí.

Rebelión digital entre los aficionados del Manchester City

Los alarmantes crímenes cometidos en Sudán y la creciente evidencia que vincula estos hechos con el propietario del Manchester City han obligado a muchos seguidores del club a enfrentar un profundo dilema moral, generando fracturas visibles dentro de una comunidad global acostumbrada a celebrar un éxito deportivo sin precedentes.

Tras la toma de El Fasher por las FAR, las redes sociales se convirtieron en un auténtico campo de batalla: las cuentas oficiales del club en Instagram y X (Twitter) fueron inundadas con más de 50.000 comentarios, muchos acompañados de fotografías de niños sudaneses mutilados y mensajes explícitos como “Tu dueño financia esto”.

Este activismo digital superó con creces la participación habitual de las publicaciones en días de partido, evidenciando un esfuerzo coordinado por romper la narrativa del sportswashing que busca limpiar la imagen del club y de su propietario.

Dentro de la propia afición ha surgido una minoría cada vez más crítica, con páginas influyentes como Man City Fever y City Xtra publicando declaraciones en las que condenan las acciones del dueño y su gobierno, afirmando que el fútbol debe representar valores éticos, no encubrir abusos.

En el mayor foro independiente de seguidores, Bluemoon, se han abierto largos hilos de debate titulados “las FAR, los EAU y las matanzas en Sudán”, que ya acumulan cientos de páginas de discusión.

En estos espacios, un sector indignado —que representa aproximadamente el 30 % de las intervenciones— ha trazado paralelos morales directos, argumentando que si el propietario de otro club fuese acusado de crímenes semejantes, los hinchas del City exigirían su expulsión, y que deben aplicarse los mismos estándares éticos a su propio equipo.

A la par, han surgido etiquetas de disidencia como #MCFCNotMyClub, un fenómeno inédito en la historia de la afición del Manchester City.

Sin embargo, pese a este creciente malestar, la reacción predominante entre los seguidores sigue siendo la indiferencia o la evasión consciente. Muchos aficionados expresan en línea su deseo de centrarse únicamente en el fútbol, argumentando que todos los grandes clubes tienen propietarios cuestionables y que el Manchester City está siendo injustamente señalado.


Texto recogido de un artículo publicado en Press TV.