“Existe apenas una manera radical de preservar al ser humano. Sin armaduras, tanques, aviones o fortificaciones de cemento. La solución radical, señoras y señores, se llama PAZ”. (Isaac Rabin).
El entonces primer ministro israelí Isaac Rabin supuestamente enarboló el consenso precursor de los Acuerdos de Oslo y de la famosa foto del forzado apretón de manos con su eterno rival Yasser Arafat, en los jardines de la Casa Blanca.
Lejos de la imagen complaciente y hasta bondadosa del “Nobel de la Paz” Isaac Rabin, se escondía un soldado frío y calculador forjado desde temprana edad como miembro de los cuerpos de élite de la organización terrorista judía Haganah donde se empleó en la más contundente limpieza étnica contra los nativos palestinos para llegar a ser más tarde el gran héroe en la “proeza” de la guerra de los seis días en 1967, donde demostraría su talento militar contra los vecinos árabes, dando pocos meses después su salto a la política.
Como candidato y ante un público enfervorecido durante su campaña electoral en 1988, Rabin se vanagloriaba de que en los dos últimos meses de la Primera Intifada había logrado como ministro de asuntos militares, aplicar la brutal política de “huesos rotos” particularmente a niños palestinos, la muerte de 260 palestinos, 7000 heridos y la detención de al menos 18.000 rubricaban su irracional política de mano dura.
En la siguiente campaña electoral para las elecciones de 1992, Rabin mostró su oposición a la creación de un Estado palestino viable, inclinándose por una fórmula de “limitada autonomía”, con centros poblacionales gobernados “antidemocráticamente” y en coordinación con el ejército israelí, de hecho llegó a concluir que prodigaba una “entidad” para los palestinos lejos del concepto de Estado. Finalmente su predicción se cumplió y Cisjordania sería gobernada por la Autoridad Nacional Palestina (ANP) mientras que el Movimiento de Resistencia Islámica Palestina (HAMAS) haría lo propio en la Franja de Gaza, en ambos casos con mínimas garantías democráticas.
Ya lo advirtió previamente durante esta misma campaña, “no permitir jamás el establecimiento de un Estado palestino sobre las ruinas de Israel”. La pretensión de este hijo de inmigrantes ucranianos era clara, Al-Quds (Jerusalén) permanecería indivisible y nunca se cedería el control de la parte árabe de la ciudad para el establecimiento de la capital de un hipotético Estado palestino.
En la campaña electoral de 1992, Rabin delató su lado más radical (el que enardece al electorado judío-israelí) señalando que su proyecto no era de coexistencia con los palestinos, sino la de una blindada separación o segregación que salvaguardara el carácter judío de Israel. Su campaña apuntaba a “mantener Gaza fuera de Tel Aviv” (en clara alusión al permanente riesgo que la cercanía entre ambas poblaciones representaba para la capital israelí.) Poco después llegó a expresar “Quisiera ver a Gaza hundida en el mar”, ni que decir que esas elecciones las ganó con rotundidad y efectivamente Gaza terminó siendo aislada por un muro.
No obstante la consagración del Rabin político vino como artífice de los Acuerdos de Oslo en 1993, ese monumental fraude a la causa palestina, donde los acuerdos en sí no garantizaban que tras los cinco años de período de transición estipulado en la negociación, se creara un Estado palestino (en el 22 % de la histórica Palestina, tras haber renunciado previamente al 78 % restante de su territorio con el reconocimiento por parte de la Organización para la Liberación de Palestina, OLP, del estado de Israel). Los acuerdos establecían específicamente que las cuestiones de estatus permanente, como Jerusalén, los refugiados palestinos, los asentamientos israelíes, la seguridad y las fronteras fueran excluidas de las disposiciones provisionales.
Las competencias transferidas a la ANP en cambio, como la tributación directa o la creación de una policía palestina han demostrado estar más al servicio del enemigo que de su propia causa. 22 Años tras la rúbrica de estos históricos acuerdos, la expansion de los asentamientos judíos en territorio palestino han crecido en un 68 %, lo que junto al muro de separación construido por Israel en Cisjordania hace prácticamente inviable el establecimiento de un Estado palestino, enterrando inevitablemente la solución de dos estados con fronteras previas a la Guerra de 1967.
Rabin lo manifestó públicamente…”el Proceso de Paz de Oslo es un nuevo instrumento para alcanzar los tradicionales objetivos israelíes.”
Ante esta postura inequívoca, Henry Kissinger comentó en su momento “le pedí a Rabin que hiciera concesiones [a los palestinos], y él respondió que no podia porque Israel era débil. Entonces les dimos armas, y él entonces aseveró que no necesitaban hacer concesiones porque Israel ya era fuerte”.
El uso excesivo de la fuerza fue utilizado por Rabin incluso a pocas semanas de que se firmaran los acuerdos de Oslo en Washington, con la operación militar “'Operation Accountability” o “guerra de los siete días” como lo denominaron los libaneses, Israel atacó el sur de El Líbano con la intención de acabar con el Movimiento de Resistencia Islámica de El Líbano (Hezbolá). Al menos 300 mil civiles huyeron hacia el norte especialmente hacia su capital Beirut. Previamente Rabin había declarado querer provocar un éxodo masivo de un millón de refugiados libaneses. La opinión pública internacional le recriminó entonces el poner en riesgo el proceso de Paz con los palestinos en esta aventura militar en El Líbano. No obstante la operación militar prosiguió ya que Rabin sabía que los negociadores palestinos estaban desesperados por rubricar un acuerdo de mínimos que se ha demostrado finalmente ser a todas luces lesivo para los intereses de los palestinos.
En 2005 se erigió en Tel Aviv el Centro Isaac Rabin en memoria según su hija Dalia, de quien fue “el único líder capaz de asumir las consecuencias de la creación de un estado palestino democrático en armonía con Israel”. En realidad Rabin lo que verdaderamente contribuyó a fortalecer fue un modelo de sociedad segregacionista y excluyente con un profundo sentimiento talmúdico en la definición más xenófoba del contexto étnico-religioso regional. La etiqueta del Rabin benefactor es totalmente disociada de la realidad, sin aspavientos ni frases grandilocuentes como otros líderes israelíes, Rabin propició una política de violencia extrema hacia el pueblo palestino.
Isaac Rabin, pragmático como él sólo llegó a decir que “todas las ideologías que justifican el asesinato, acaban convirtiendo el asesinato en ideología” y aunque premonitoria esta cita tiene sentido, el sionismo del que Rabin era ferviente idólatra, es una ideología criminal que crea una sociedad de psicópatas como el que acabó con su vida hace veinte años durante un discurso por la Paz, o más bien, por su modelo de paz.