Por Xavier Villar
A pesar de varios intentos de interceptación, el proyectil alcanzó el perímetro del aeropuerto Ben Gurion, en Tel Aviv, dañando una carretera y un vehículo, lo que resultó en la interrupción temporal del tráfico aéreo. Según los servicios de emergencia, el ataque dejó ocho personas heridas. La incapacidad de los sistemas israelíes de interceptar este misil ha puesto en evidencia las vulnerabilidades de sus avanzadas defensas y ha generado un debate interno sobre la efectividad de las medidas de seguridad de Tel Aviv.
Medios israelíes informaron que tanto el sistema de defensa estadounidense THAAD (Terminal High Altitude Area Defense) como el sistema de largo alcance israelí Arrow fallaron en detener el proyectil. Este incidente ha vuelto a poner en duda la imagen de invulnerabilidad que Israel ha intentado proyectar durante años. A pesar de la sofisticación de su tecnología de defensa, el ataque de Ansarolá ha evidenciado las grietas en un sistema considerado hasta ahora como una barrera casi infranqueable.
Este hecho no es aislado. En el pasado, Irán ya había demostrado la vulnerabilidad de las defensas israelíes durante la operación “Verdadera Promesa II”, donde, a través de un sofisticado ataque cibernético, consiguió burlar varios sistemas de seguridad. El ataque de Ansarolá es una manifestación de la capacidad del grupo yemení para desafiar las medidas de seguridad de Israel, algo que se suma a una creciente lista de incidentes que subrayan la fragilidad de la supremacía militar israelí en la región.
Desde Yemen, los portavoces de Ansarolá reivindicaron la autoría del ataque y lo enmarcaron dentro de una estrategia más amplia de presión contra Israel, a quien acusan de genocidio en Gaza. El grupo ha reiterado su compromiso con la causa palestina y ha señalado que sus acciones continuarán mientras Israel mantenga su ofensiva contra el pueblo palestino. En su declaración, Ansarolá afirmó haber lanzado un misil balístico hipersónico, describiendo el ataque como una respuesta a las atrocidades cometidas por el régimen israelí en Gaza.
Por su parte, el portavoz militar de Ansarolá, Yahya Sari, afirmó en un mensaje televisado que el Aeropuerto Ben Gurion “ya no es seguro para los viajes aéreos”, lo que subraya la amenaza que el grupo representa para los intereses de Israel. Esta acción no solo resalta la capacidad militar de Ansarolá, sino que también refleja la determinación del movimiento yemení de desafiar a Israel y sus aliados en la región.
Este tipo de ataques, aunque dirigidos a objetivos militares y estratégicos, no deben ser vistos en el mismo marco que los actos de violencia perpetrados por Israel. Mientras Tel Aviv sigue adelante con su política de ocupación y colonización de Palestina, Ansarolá, junto a otros actores de la resistencia regional, busca defender lo que consideran su legítimo derecho a la autodeterminación y a la soberanía de los pueblos árabes.
El ataque también muestra la escalofriante realidad de la interdependencia entre las potencias extranjeras y los sistemas de defensa regionales. El misil lanzado desde Yemen no solo tuvo que superar las defensas israelíes, sino también las de Estados Unidos, Arabia Saudí y Egipto, tres actores que desempeñan un papel clave en el establecimiento y mantenimiento del sistema de seguridad en el Golfo Pérsico y en el Medio Oriente (Asia Occidental).
En primer lugar, el misil yemení tuvo que atravesar las defensas estadounidenses, en particular el sistema Patriot y el THAAD. Estos sistemas, diseñados para interceptar misiles de corto y medio alcance, han demostrado ser efectivos en muchas ocasiones, pero su capacidad frente a misiles supersónicos de largo alcance es cuestionable. Los activos militares de Estados Unidos en la región, que incluyen bases en Arabia Saudí y otras zonas del Golfo Pérsico, no pudieron frenar el avance del misil, lo que refleja una vulnerabilidad crítica de las defensas occidentales en la región.
En segundo lugar, el misil cruzó las defensas de Arabia Saudí, que también cuenta con sistemas Patriot y THAAD. Estos sistemas han sido mejorados con el apoyo militar de Estados Unidos, lo que debería haber aumentado su capacidad para enfrentar este tipo de amenazas. Sin embargo, la alta velocidad y la trayectoria inusual del misil lanzado por Ansarolá fueron suficientes para eludir estas defensas.
El tercer obstáculo que el misil tuvo que superar fue el sistema de defensa egipcio. Egipto, un aliado clave de Estados Unidos en la región, ha desplegado una red de misiles S-300 de origen ruso, que tienen la capacidad de interceptar misiles de corto y medio alcance. Sin embargo, su efectividad contra misiles de largo alcance como el lanzado por Ansarolá es limitada.
Finalmente, el misil llegó a las defensas de Israel, que se consideraban uno de los sistemas más avanzados del mundo. La Cúpula de Hierro, diseñada para interceptar proyectiles de corto alcance, y el David’s Sling, para misiles de mayor alcance, fueron desplegados para interceptar el misil. Sin embargo, ambos sistemas fracasaron en su intento, lo que revela que la tecnología de defensa israelí no es infalible frente a todos los tipos de amenazas. En este sentido, el ataque de Ansarolá ha puesto en tela de juicio la efectividad de los sistemas de defensa que Israel ha desarrollado durante años con la ayuda de sus aliados occidentales.
La respuesta de Israel ante este desafío no se hizo esperar. El primer ministro Benjamín Netanyahu prometió represalias contra Ansarolá, destacando que tanto Israel como Estados Unidos “actuarán contra ellos nuevamente en el futuro”. Netanyahu no tardó en utilizar una retórica belicista, reafirmando su intención de erradicar a HAMAS en Gaza y reforzando la narrativa victimista de Israel. Estas declaraciones no hacen más que perpetuar un ciclo de violencia que ha marcado la historia reciente de la región.
El ministro de asuntos militares israelí, Israel Katz, añadió a la amenaza de represalia, afirmando que “quien nos ataque, nosotros responderemos siete veces más fuerte”. Sin embargo, esta postura no solo incrementa la violencia, sino que también desvía la atención de las causas fundamentales del conflicto, que radican en la ocupación israelí y la violencia estructural que ejerce sobre los pueblos palestino, árabe y musulmán en la región.
Por su parte, Benny Gantz, ex jefe del Estado Mayor y actual líder del partido Kajol Lavan, insistió en que Irán era el verdadero responsable del ataque, señalando al país “como el principal patrocinador de Ansarolá”. Sin embargo, estas acusaciones carecen de fundamento y solo sirven para desviar la atención de la responsabilidad israelí en el conflicto. En lugar de abordar las provocaciones previas y las políticas opresivas que alimentan esta guerra, Israel opta por demonizar a Irán y a sus aliados, presentándolos como los agresores y eludiendo su propio papel en la perpetuación de la violencia.
Esta retórica, que presenta a Irán como el principal instigador del conflicto, ignora las razones fundamentales detrás de los ataques de Ansarolá. En lugar de verlos como una respuesta legítima a la ocupación y la violencia israelí, la narrativa israelí los convierte en un acto de terrorismo sin fundamento. Sin embargo, la violencia de Ansarolá debe ser entendida dentro de un marco más amplio, uno que reconozca la lucha legítima por la autodeterminación y contra el colonialismo en la región.
La reciente amenaza de represalia de Israel debe ser vista dentro de un contexto más amplio: el de una confrontación estructural entre una violencia colonial de carácter fundacional y una violencia anti-colonial de carácter coyuntural. La violencia israelí tiene un carácter fundacional, ya que está destinada a perpetuar un orden colonial en Palestina, mientras que la violencia de Ansarolá es una respuesta legítima que busca interrumpir ese orden y restablecer la justicia para los pueblos oprimidos.
En este sentido, la violencia de Ansarolá no busca la expansión de un nuevo orden colonial, sino la interrupción de uno que ha sido impuesto a través de décadas de ocupación y despojo. Ansarolá, como otros movimientos de resistencia en la región, lucha por la restauración de la soberanía y la autodeterminación de los pueblos árabes, que han sido sistemáticamente oprimidos por un régimen colonial que no ha mostrado disposición alguna a reconocer sus derechos. Por lo tanto, el ataque contra el aeropuerto de Ben Gurion debe ser visto no como un acto de terrorismo, sino como una legítima resistencia a un sistema de opresión que debe ser desafiado.