Publicada: viernes, 23 de mayo de 2025 13:18

A comienzos de mayo, la región de Cachemira, disputada desde hace décadas y parcialmente controlada por India y Pakistán, volvió a ser escenario de una nueva escalada militar.

Por Xavier Villar

Un ataque en el sector bajo administración india desató una crisis que rápidamente escaló a un intercambio aéreo entre las fuerzas de ambos países. Nueva Delhi atribuyó el atentado a grupos insurgentes con presunto respaldo paquistaní, una acusación que Islamabad negó de forma tajante, rechazando cualquier implicación en actos violentos contra India.

Pocos días después, la Fuerza Aérea india ejecutó una operación sobre territorio paquistaní, lo que derivó en un intercambio de fuego entre cazas y sistemas de defensa aérea que se extendió durante cuatro días. Este episodio representó el enfrentamiento militar más intenso en la región en años recientes. Según fuentes militares paquistaníes, sus fuerzas lograron derribar varios aviones indios, incluidos tres cazas occidentales en servicio con el ejército de India. Nueva Delhi no confirmó estas bajas y se limitó a subrayar que actuó en defensa propia tras el ataque terrorista.

Uno de los elementos más destacados del conflicto fue el protagonismo de los cazas J-10C de fabricación china empleados por Pakistán. Hasta entonces, estos aviones, apodados en medios chinos como el “caza del orgullo nacional”, habían sido usados mayormente en ejercicios militares y no habían enfrentado combate real. Su despliegue en Cachemira marcó un salto cualitativo en las capacidades aéreas de Pakistán y un avance notable en la exportación de tecnología militar china. Además, portavoces del ejército paquistaní aseguraron que misiles chinos participaron en el derribo de varios aviones indios durante el conflicto.

Pakistán afirmó haber abatido un total de cinco jets indios, entre ellos un MiG-29, un Sukhoi Su-30 y tres Rafale franceses. Estos últimos, adquiridos recientemente por India en su proceso de modernización aérea, fueron inicialmente desmentidos por Nueva Delhi, que negó que alguno hubiera sido atacado. Sin embargo, un funcionario de inteligencia francés informó a CNN que evaluaciones en París indican que al menos un Rafale fue derribado efectivamente.

China no tardó en pronunciarse. Tras mantener una postura inicial prudente y diplomática, la emisora estatal china confirmó que los J-10C habían logrado “resultados de combate por primera vez”, resaltando su papel en el enfrentamiento. La declaración incluyó un hashtag explícito sobre el conflicto indo-pakistaní, interpretado como un respaldo indirecto a Islamabad y una demostración del creciente músculo militar chino.

En un artículo de opinión publicado en medios oficiales, Zhou Bo, coronel retirado del Ejército Popular de Liberación, afirmó que el éxito de estos cazas reforzará la confianza de China en futuros escenarios de conflicto, especialmente en torno a Taiwán y el mar de la China Meridional. Pekín observa la experiencia de Pakistán como una prueba real de su tecnología militar en un entorno de alta tensión.

Desde la perspectiva estadounidense, la supremacía aérea sigue siendo un factor decisivo en cualquier eventualidad en el Indo-Pacífico. En línea con esta visión, Washington aprobó el mes pasado la venta de 20 cazas F-16 a Filipinas, por 58.5 mil millones de dólares, con el objetivo de fortalecer a uno de sus principales aliados regionales para contrarrestar la influencia china. Pekín calificó esta operación como una provocación que “convierten Asia en una bomba de relojería”. El reciente éxito de los cazas chinos en Cachemira avivó en los analistas y medios chinos la expectativa de que este avance tecnológico tendrá un papel crucial en futuras disputas territoriales.

China es sin duda el aliado estratégico más importante de Pakistán. Según informes internacionales, Pekín suministra alrededor del 80 % del armamento paquistaní, que abarca desde cazas y buques de guerra hasta misiles balísticos. Esta dependencia tecnológica y política se ha profundizado en los últimos años, en parte como contrapeso al creciente acercamiento de India hacia Washington.

Históricamente, las relaciones entre Pakistán y Estados Unidos han estado marcadas por la desconfianza. A principios de este año, Washington aprobó un paquete de supervisión de 397 millones de dólares para controlar el uso que Islamabad hace de sus cazas F-16, luego de que en 2018 la administración Trump suspendiera la mayor parte de la ayuda militar estadounidense a Pakistán, alegando preocupaciones por su supuesto “apoyo al terrorismo”. Esta volatilidad ha llevado a Pakistán a diversificar y modernizar su arsenal con un claro sesgo hacia la tecnología china.

En este contexto, el conflicto en Cachemira puede interpretarse como un reflejo del reequilibrio global en materia de seguridad. La tradicional supremacía militar estadounidense se enfrenta a desafíos crecientes, en particular con la consolidación de sistemas de defensa y ataque chinos. La cooperación tecnológica de Pekín con aliados estratégicos como Irán contribuye a esta dinámica, ampliando su capacidad de influencia y cuestionando el dominio absoluto de Washington en Asia.

En los últimos años, Irán ha reforzado su colaboración militar y tecnológica con China. Esta alianza estratégica es parte de un esfuerzo conjunto para contrarrestar la influencia estadounidense en la región Asia-Pacífico y Oriente Medio, lo que amplía el alcance y la capacidad operativa de Pekín.

El éxito de los cazas chinos en combate real, más allá de sus efectos inmediatos en Cachemira, indica que Estados Unidos ya no posee un monopolio absoluto sobre las tecnologías aéreas avanzadas. La industria militar china ha invertido de forma sustancial en innovación, desarrollando plataformas que combinan efectividad, coste y adaptabilidad para conflictos modernos, lo que altera los cálculos estratégicos de Washington y sus aliados.

A medida que China continúa expandiendo su influencia y modernizando sus fuerzas armadas, su cooperación con actores como Irán se configura como un contrapeso significativo en un mundo cada vez más multipolar. Esta realidad obliga a Estados Unidos y sus socios a revisar sus estrategias, incrementando el apoyo militar a sus aliados regionales y tratando de contener una amenaza creciente a su predominio global.

En suma, el conflicto en Cachemira no solo reaviva una disputa histórica, sino que también refleja la transformación de la arquitectura de seguridad en Asia. El despliegue y éxito de la tecnología china en combate real son un síntoma claro de esta evolución y anuncian un periodo de competencia estratégica más complejo y equilibrado, donde el liderazgo militar estadounidense se ve cada vez más cuestionado.