Gran parte de los estadounidenses espera que acontezca un milagro a partir del 20 de enero, cuando el presidente electo de EE.UU., el demócrata Joe Biden, jure su cargo y asuma las riendas de un país dividido, tocado y herido por su predecesor en la Casa Blanca, Donald Trump.
De hecho, después de cuatro años de un mandato repleto de medidas polémicas y secesionistas es exactamente un milagro lo que necesita el pueblo estadounidense para poder dejar atrás la era Trump.
Trump y el enaltecimiento del odio racial en EE.UU.
Un legado que ha sido un cúmulo de políticas de corte retórico y divisiones sectarias promovidas por un presidente que no ha escondido, ni un solo instante, su predilección por aquellos grupos que fomentan la doctrina de la supremacía blanca en EE.UU.
El coqueteo del líder republicano con este tipo de movimientos racistas, que a su vez lo conforman grupos de extrema derecha y neonazis, vivió su auge cuando Trump optó por no condenar la violenta irrupción en el Capitolio de EE.UU., protagonizada por una turba arengada por el magnate con un discurso trillado de denuncias de fraude electoral, ocurrido supuestamente durante el proceso de recuento de las elecciones del pasado 3 de noviembre, a fin de impedir la certificación del Congreso de Biden como el 46.º presidente de EE.UU.
La doble vara de medir del magnate neoyorquino quedó patente cuando tampoco les advirtió a estos manifestantes violentos que estaría dispuesto a recibirles con unos “perros feroces” de la Policía, tal y como proclamó hace unos meses cuando se dirigió al movimiento Black Lives Matter (La vida de los negros importa), que secundaba las masivas protestas desatadas a raíz del asesinato del afrodescendiente George Floyd a manos de un policía blanco en la ciudad de Mineápolis.
Durante su campaña electoral, en 2016, Trump prometió a sus seguidores que volvería a ‘hacer América grande de nuevo’, pero en su lugar lo que ha logrado ha sido dividir a la sociedad estadounidense, es decir, ha abierto un enfrentamiento directo entre la comunidad blanca con el resto de los grupos raciales que conforman la nación de las barras y las estrellas.
Trump y su interacción con la comunidad internacional
En cuanto a la esfera internacional, Trump le ha dejado a Biden un puñado de asuntos difíciles a tratar y, al mismo tiempo, tendrá que revertir sus efectos dañinos, tanto en la población estadounidense como en la global.
A modo de ejemplo de dichos temas escabrosos se puede mencionar la retirada unilateral de EE.UU. del acuerdo nuclear, de nombre oficial Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC o JCPOA, por sus siglas en inglés), suscrito en 2015 entre Irán y el Grupo 5+1 ―entonces formado por EE.UU., el Reino Unido, Francia, Rusia y China, más Alemania―; la salida de Washington del Acuerdo de París sobre el cambio climático; y el abandono del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), entre muchos otros.
El paso de Trump por la Casa Blanca se recordará como convulso por las disputas de EE.UU., un día sí y otro no, con las otras dos superpotencias del mundo, a saber, China y Rusia, haciendo que Washington se convierta en el enemigo número 1 de Pekín y un archienemigo de Moscú.
La visión pragmática del multimillonario estadounidense ha propiciado que Asia Occidental se convierta en una región más volátil que nunca. En sus últimos meses en el poder, Trump ha logrado convencer a varios países árabes de que firmaran acuerdos de normalización de relaciones con el régimen de Israel, a cambio de suculentos contratos comerciales e inversiones directas.
Ahora, a uno le surge el interrogante de si cuando Biden llegue a la Casa Blanca tendrá o no a su disposición una varita mágica para poder solventar todo este desaguisado que le ha dejado Trump como legado.
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