Por Xavier Villar
Estados Unidos ha alcanzado un acuerdo con el movimiento yemení Ansarolá para poner fin a las hostilidades en el mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb, una de las rutas marítimas más estratégicas del planeta. Este acuerdo, mediado por Omán, se presenta como un paso importante hacia la desescalada de un conflicto que ha tenido repercusiones mucho más allá de las fronteras de Yemen. La interrupción del tráfico en estas aguas, vitales para el comercio global, ha afectado gravemente tanto a las economías regionales como a las internacionales. Aunque los detalles del pacto aún son opacos, el entendimiento promete aliviar la creciente tensión en la región.
El anuncio del acuerdo fue hecho por el presidente estadounidense, Donald Trump, poco antes de iniciar una visita oficial a Arabia Saudí. Omán, con su tradicional rol de mediador en la región, facilitó las negociaciones, aprovechando su capacidad para mantener canales abiertos con todas las partes involucradas en el conflicto yemení. Este pequeño sultanato ha sido clave en los esfuerzos diplomáticos de Oriente Medio, y su intervención puede marcar el inicio de un cambio en la política estadounidense hacia el conflicto en Yemen y, por extensión, en la región del Golfo.
La situación en el mar Rojo y el estrecho de Bab el-Mandeb se había deteriorado con el paso de los meses, desde que Ansarolá comenzó a realizar operaciones contra buques comerciales y militares en la zona. Estos ataques, que a menudo han afectado a naves occidentales y saudíes, demostraron la vulnerabilidad de las potencias extranjeras presentes en la región. No se trata únicamente de un conflicto local; este es también un escenario geopolítico donde las grandes potencias se juegan una parte significativa de su influencia. Las aguas del mar Rojo, por las que transita una fracción considerable del comercio mundial, tienen una importancia estratégica incuestionable, y las tensiones allí se reflejan en el equilibrio global.
Aunque los términos específicos del acuerdo no se han divulgado, fuentes cercanas al proceso confirman que incluye garantías mutuas de no agresión y la suspensión de ataques por parte de Ansarolá a barcos estadounidenses y aliados en la zona. También se discute la posibilidad de aliviar parcialmente el bloqueo impuesto a Yemen, medida que ha provocado una catástrofe humanitaria sin precedentes. No obstante, Ansarolá ha dejado claro que esta tregua no representa un cambio de postura ideológica ni una renuncia a su alineación con la causa palestina.
Mohamad Ali al-Houthi, miembro del Consejo Político Supremo de Ansarolá, confirmó que el grupo ha detenido los ataques contra objetivos estadounidenses en el mar Rojo, pero precisó que el acuerdo está “en evaluación”. Recalcó que las operaciones contra Israel no solo continuarán, sino que se intensificarán mientras prosiga la ofensiva en Gaza. “No puede haber una paz verdadera sin justicia en Palestina”, declaró Al-Houthi, subrayando que el apoyo de su movimiento a la población gazatí no está sujeto a negociación.
Desde noviembre de 2023, Ansarolá ha vinculado explícitamente sus ataques en el mar Rojo a la guerra en Gaza. El movimiento ha sostenido que mientras Israel continúe con su campaña en el enclave palestino, las fuerzas yemeníes responderán no solo con palabras, sino también con fuego. Así, los ataques navales y aéreos realizados por Ansarolá han sido presentados como un acto de solidaridad regional dentro del marco del “Eje de la Resistencia”, liderado por Irán, y no como una provocación gratuita contra intereses occidentales.
Esta distinción es fundamental para entender el alcance del acuerdo. El cese de hostilidades con Estados Unidos no equivale a un cese de la confrontación general de Ansarolá. Muy al contrario, el grupo parece haber logrado una separación estratégica entre sus frentes de conflicto: mantiene abierta la lucha contra Israel, mientras negocia una salida táctica a la presión militar estadounidense en el mar Rojo.
El impacto económico de las operaciones navales de Ansarolá ha sido notable. Las primas de seguro por guerra para barcos en tránsito por el mar Rojo alcanzaron el millón de dólares por unidad, con una caída del 45 % en el volumen de carga que atraviesa el canal de Suez. A medida que se desvían rutas marítimas hacia el cabo de Buena Esperanza, el golpe para economías dependientes del tráfico marítimo, como Egipto, ha sido severo. Este escenario de disrupción global ha empujado a Washington a reconsiderar su estrategia y optar por un acuerdo con un actor al que durante años calificó como terrorista.
En paralelo al acuerdo, la campaña militar de Ansarolá contra Israel ha dado señales inequívocas de continuar. En una acción sin precedentes, un misil supersónico lanzado desde Yemen impactó en las inmediaciones del aeropuerto internacional Ben Gurion, obligando a cerrar temporalmente el principal centro aéreo de Israel. Este ataque reveló la capacidad del movimiento yemení para alcanzar objetivos estratégicos a larga distancia y puso en duda la efectividad de las defensas aéreas israelíes.
A esto se suma el incidente en el que el portaaviones estadounidense USS Harry S. Truman, desplegado en el mar Rojo, fue atacado con misiles y drones yemeníes. Durante la maniobra evasiva, un avión de combate estadounidense cayó al mar, en lo que fue interpretado como una muestra de vulnerabilidad de los activos militares de EE. UU. en la región. Aunque Washington no lo reconoció como una consecuencia directa del ataque, el incidente refuerza la imagen de que Ansarolá no es simplemente una fuerza insurgente limitada a Yemen, sino un actor militar con proyección regional.
El acuerdo también coincide con un posible reordenamiento de las prioridades estratégicas de la Casa Blanca. Según fuentes israelíes, Trump ha reducido significativamente los contactos con el primer ministro Benjamín Netanyahu. En declaraciones recientes, el embajador estadounidense en Israel, Mike Huckabee, afirmó que su país “no necesita permiso de Israel para firmar acuerdos en la región”, una afirmación que ha sido interpretada como un signo de distanciamiento entre ambos aliados históricos.
Este aparente giro ha encendido las alarmas en Tel Aviv. Israel se enfrenta ahora a la posibilidad de lidiar con la amenaza de Ansarolá sin el respaldo pleno de Estados Unidos. Los analistas del Sana’a Center señalan que la capacidad de Israel para ejecutar operaciones eficaces en Yemen está limitada tanto por la distancia como por la falta de inteligencia sobre el terreno. Las amenazas del ministro de Defensa israelí, Israel Katz, de “cazar uno a uno a los líderes de Ansarolá” suenan más a declaración simbólica que a una estrategia viable, dadas las circunstancias.
Desde el punto de vista de Ansarolá, el acuerdo con Washington representa una victoria táctica. El movimiento ha logrado que se reconozca la necesidad de dialogar, al tiempo que conserva intacto su compromiso con la causa palestina. Al diferenciar los frentes —alto el fuego con EE. UU., guerra activa contra Israel—, el grupo muestra una sofisticación política y militar que contrasta con la imagen simplista de “milicia rebelde” que durante años se promovió en Occidente.
En definitiva, el pacto entre Estados Unidos y Ansarolá es un hito que refleja una reconfiguración del equilibrio de poder en Oriente Medio. Aunque aún queda por ver si esta tregua se traducirá en un alto el fuego más amplio o en una distensión regional, está claro que Ansarolá emerge como un actor central en el nuevo orden que se perfila. Mientras tanto, en Gaza, los bombardeos continúan, y con ellos, también la determinación del movimiento yemení de mantener su campaña contra lo que califica, sin matices, como un genocidio consentido por gran parte de la comunidad internacional.