Publicada: viernes, 9 de mayo de 2025 12:55

La reciente provocación del presidente estadounidense Donald Trump, al sugerir renombrar el Golfo Pérsico como el “Golfo Árabe”, ha resucitado uno de los métodos más insidiosos del colonialismo occidental: el uso del lenguaje y los nombres como herramientas de dominación.

Por Xavier Villar

No se trata de un capricho semántico ni de un simple error diplomático, sino de un acto cargado de intenciones geopolíticas que revela un claro intento de reescribir las narrativas históricas y reafirmar una hegemonía cultural y política sobre una región estratégica en el mapa mundial.

El poder de los nombres es vasto y complejo. Al cambiar un topónimo, al modificar el nombre de un lugar o de una región, no solo se altera la percepción que el mundo tiene de ese espacio, sino que se introducen profundas implicaciones sobre la soberanía, la identidad y la historia. Este fenómeno no es aislado. Renombrar territorios es una práctica colonial que, en el caso del Golfo Pérsico, busca borrar una identidad milenaria en favor de una narrativa impuesta por potencias extranjeras. A través de este cambio, Estados Unidos intenta someter a la región a un relato que minimiza y borra la presencia histórica de Irán, un país cuya identidad está irremediablemente ligada a esta zona geográfica.

La geopolítica del lenguaje y la soberanía territorial

En el ámbito geopolítico, el nombre de un territorio es mucho más que una simple etiqueta. Como bien apuntó el dramaturgo William Shakespeare en Romeo y Julieta, “¿Qué hay en un nombre?”. En el terreno de la política y la geopolítica, la respuesta es inequívoca: mucho. Los nombres tienen una carga simbólica tan fuerte que, en muchas ocasiones, son capaces de definir la pertenencia de un pueblo a un territorio, la legitimidad de un Estado sobre una región o, incluso, el derecho de una nación a ser reconocida en el escenario mundial. 

El Golfo Pérsico ha sido conocido por ese nombre durante siglos, y para Irán, esta denominación no es solo geográfica, sino simbólica. El nombre refleja la historia, la cultura y la identidad de una región que ha sido parte integral de la civilización persa desde tiempos inmemoriales. Desde los mapas antiguos de los navegantes griegos hasta los informes de los viajeros musulmanes y los registros de los colonizadores europeos en el siglo XIX, todos han reconocido este golfo como un espacio de importancia vital para la historia de Irán y la región. Cambiar su nombre a “Golfo Árabe”, como propuso Trump, no solo desafía la historia, sino que intenta borrar siglos de conexión cultural, política y económica con Irán.

Este acto de renombramiento no es un simple desliz diplomático, sino una clara manifestación de un deseo de controlar el relato geopolítico de la región. Como señala el académico Stuart Elden, los mapas y los nombres no son solo representaciones neutrales de la geografía; son construcciones políticas que reflejan las relaciones de poder de las naciones. Nombrar un territorio no es solo una cuestión administrativa, sino una forma de apropiarse simbólicamente de él, de modificar su identidad y de imponer una narrativa que sirva a los intereses de quien controla el nombre.

Para Irán, el Golfo Pérsico no es solo un espacio geográfico. Es un símbolo de resistencia y soberanía, una afirmación constante de su derecho a existir y a definirse como nación independiente. El nombre de este golfo tiene una importancia simbólica tal que no solo se refiere a un cuerpo de agua, sino que encapsula una gran parte de la historia de Irán. La región ha sido testigo de la expansión y caída de imperios, de las rutas comerciales que conectaban el este con el oeste, y de la lucha por la independencia contra las potencias coloniales a lo largo de los siglos.

El nombre del Golfo Pérsico está enraizado en la memoria colectiva de los iraníes. Para ellos, el nombre es sinónimo de una historia de luchas, de victorias y derrotas, de invasiones y resistencias, de comercio y diplomacia, pero sobre todo, de identidad nacional. Cambiarlo sería más que un simple ajuste semántico: sería una forma de negar el derecho de Irán a definir su historia y su relación con el resto del mundo.

En este sentido se pronunció el ministro iraní de Exteriores, Seyed Abás Aragchi, quien respondió en Twitter con una imagen del archivo de la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos y escribió: “El nombre del Golfo Pérsico, como muchos otros nombres geográficos, tiene profundas raíces en la historia de la humanidad. Irán nunca ha objetado el uso de nombres como el Mar de Omán, el Océano Índico, el Mar Arábigo o el Mar Rojo. El uso de estos nombres no significa la propiedad de ninguna nación en particular, sino que refleja el respeto común por el legado colectivo de la humanidad. En cambio, las motivaciones políticas para cambiar el nombre histórico del Golfo Pérsico reflejan una intención hostil contra Irán y su pueblo, y son fuertemente condenadas”.

El acto de renombrar un territorio ha sido históricamente una herramienta poderosa en manos de las potencias coloniales. Desde la llegada de los europeos a América hasta la colonización de África y Asia, el cambio de nombres ha sido una táctica recurrente utilizada por los colonizadores para reafirmar su dominio sobre los pueblos y territorios que sometían. Al cambiar el nombre de un territorio, los colonizadores no solo modificaban la forma en que se veía ese espacio, sino que también legitimaban su control sobre él.

El colonialismo no solo consistió en la ocupación física de tierras, sino también en la ocupación simbólica de la historia y la cultura de los pueblos colonizados. La imposición de nuevos nombres, de nuevas denominaciones para los territorios, era una forma de borrar las huellas de las civilizaciones que habían existido allí antes de la llegada del colonizador. Esta práctica se ha mantenido vigente en muchas formas a lo largo de la historia y sigue siendo un componente clave de la hegemonía cultural y geopolítica en el mundo moderno.

En este sentido, el intento de Trump de renombrar el Golfo Pérsico no es un fenómeno aislado, sino un acto dentro de una larga tradición de control simbólico que ha caracterizado las relaciones entre las potencias globales y las regiones que intentan subyugar. El cambio de nombre propuesto no es solo un intento de alterar una denominación geográfica, sino un acto de dominación cultural y simbólica que busca restar importancia a la historia de Irán y a su papel central en la región.

El intento de Trump de renombrar el Golfo Pérsico como el “Golfo Árabe” es mucho más que un simple desacuerdo sobre un nombre geográfico. Es un acto cargado de implicaciones geopolíticas, históricas y culturales que refleja el deseo de Estados Unidos de reconfigurar la narrativa de la región en función de sus propios intereses. Este intento de dominación simbólica no es nuevo en la historia del colonialismo, y la resistencia de Irán es una manifestación de la lucha más amplia por la descolonización simbólica y el derecho a definir su propia historia.

El poder detrás de los nombres es innegable. A través del control del lenguaje y la cartografía, las potencias globales han moldeado el mundo de acuerdo con sus propios intereses. Sin embargo, como lo demuestra la reacción iraní, la lucha por los nombres sigue siendo una herramienta clave en la defensa de la soberanía y la identidad cultural. El Golfo Pérsico, para Irán, no es solo un nombre: es un símbolo de resistencia, de historia y de soberanía. Y es una lucha que seguirá siendo central en el conflicto geopolítico que define la región hoy en día.